Un 25 de noviembre como hoy, pero de 2000, nos dejaba José Cano López, más conocido como Canito, a los 44 años. Se fue demasiado pronto, en silencio, como vivió sus últimos años, pero con el alma llena de los gritos que retumbaban en Sarrià cuando defendía la blanquiazul. Ya han pasado 25 años, pero entre la gente del Espanyol, nadie se olvida de aquel líbero que jugaba como si le fuera la vida en ello. Ni de su carácter irreverente, ni de sus cicatrices, ni de su corazón. Su figura ha tenido tanto impacto que fue la elegida por la grada de animación para simbolizar la pasión por estos colores, la que Canito demostró en vida.
Canito fue puro instinto, un genio para lo bueno pero también hay que decirlo, excesivo para lo malo. Poseedor de un enorme talento, tuvo momentos de gloria pero también vivió el reverso más amargo de la fama: el olvido, la soledad, la marginación. Él mismo lo reconoció en los peores momentos de su vida: “Está claro que a mí se me ha marginado en el fútbol y en la sociedad”. Lo dijo sin rencor, pero con la verdad por delante. Y con la voz rota de quien ya no pedía otra oportunidad para triunfar, sino simplemente para vivir con dignidad.
Desde su infancia en Llavorsí, marcado por la pérdida de su padre, hasta sus días de gloria con el Espanyol, pasando por su incomprendida etapa en el Barça o su accidentado regreso a Sarrià, la historia de Canito está hecha de luces y sombras. Fue héroe, fue ídolo, fue incomprendido. Regaló goles, asistencias y camisetas. Pagó viajes a compañeros, y copas y facturas a los que le rodearon por interés. Y también tuvo que aceptar una ayuda de 50.000 pesetas al mes cuando la vida le dio la espalda. En sus últimos días, vivió en casa de su hermana, en La Pobla de Montornès, acompañado por quienes no le soltaron nunca. Desde su fallecimiento reposa allí, en una tumba adornada por una lápida con el escudo de su club, el Espanyol.
Hoy, 25 años después, su figura se recuerda con la mezcla justa de melancolía y orgullo. Porque Canito fue un símbolo. No solo del fútbol de otra época, sino también de lo que significa ser perico con todas las consecuencias. Como aquel 20 de abril del 80, cuando celebró un gol del Espanyol estando en el Camp Nou, jugando con el Barça. Porque su corazón -como él mismo dijo- “seguía en Sarrià”.
Desde aquí, va nuestro recuerdo. Porque no hay olvido posible cuando lo que dejas es puro sentimiento. José Cano, Canito, genio y figura.
