La pasada semana, la juventud de las aficiones del Espanyol y el FC Barcelona mostró una cara radicalmente opuesta en su forma de vivir el fútbol y, sobre todo, de relacionarse con la sociedad. Mientras un sector radical del barcelonismo invertía tiempo y esfuerzo en colgar pancartas insultantes y pretendidamente humillantes contra el Espanyol, una de ellas en el mismo RCDE Stadium, los sectores más jóvenes de la afición perica, con un entusiasmo admirable, dedicaban sus días y noches a canalizar la ayuda de la familia blanquiazul para los damnificados por la reciente DANA en Valencia.

La realidad es que la rivalidad entre Espanyol y Barça siempre ha sido intensa, pero las formas de expresarla han dejado esta vez en evidencia algo más que una diferencia deportiva. Desde hace años, un sector del barcelonismo ha optado por la provocación constante hacia un Espanyol que, en cambio, mantiene siempre sus valores de cercanía, solidaridad y comunidad. Prueba de ello fue la admirable respuesta de la juventud perica ante el desastre natural en Valencia, organizando puntos de recogida de alimentos, ropa y artículos de primera necesidad para las personas afectadas.

Lo irónico y lamentable es que el colectivo juvenil de la afición blanquiazul solo parece ocupar titulares en los medios generalistas cuando algún incidente aislado se convierte en noticia, mientras que esta vez, al brillar por su solidaridad, su esfuerzo y su entrega, su gesto pasa para muchos prácticamente desapercibido. Los más jóvenes de la afición perica no solo sienten los colores en el campo; los demuestran fuera de él en las acciones que verdaderamente importan, como en esta campaña de apoyo que desbordó las expectativas y que seguramente merecía mayor visibilidad.
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Paradójicamente, mientras desde las filas culés acusaban al Espanyol de ser un club pequeño, incapaz de estar a la altura de las circunstancias, los jóvenes pericos demostraban precisamente los valores que definen a la entidad en situaciones de necesidad. Valores de los que muchos deberían tomar ejemplo y que se enraízan en una institución que ha sabido posicionarse en las situaciones más difíciles, ofreciendo siempre su mano a quienes lo requieren. Y así, mientras unos se empeñan en colgar pancartas, otros cuelgan el cartel de “solidaridad” y “ayuda”, demostrando una madurez y un compromiso que, al final, son los que dejan huella.

Lo ocurrido esta semana entre ambas aficiones deja claro que el fútbol es mucho más que una rivalidad y que la juventud perica, lejos de buscar la confrontación, ha elegido el camino de la empatía y el respeto. Esa misma afición que algunos tratan de descalificar ha dejado claro que ser del Espanyol es algo que va más allá del fútbol, que se vive con el corazón y que en los momentos importantes, cuando la sociedad lo necesita, se entrega sin esperar nada a cambio. Porque los pericos saben que ser blanquiazul es más que una camiseta: es un compromiso con los valores, y esta semana lo demostraron como nadie.
