¿Debe ser considerado un club de fútbol como el Espanyol como un bien de interés cultural con el fin de conseguir la protección que los poderes públicos otorgan a un monumento con esa catalogación? En un momento en el que la identidad y pertenencia de los clubes de fútbol se ve amenazada por especulaciones e intereses que solo son de carácter mercantil, las aficiones de distintos equipos de España están promoviendo iniciativas para conseguir que sus clubes sean declarados Bien de Interés Cultural (BIC). Se trata de un movimiento en defensa de los valores históricos y sociales de los clubes frente a propietarios que no siempre anteponen los intereses de las entidades a los suyos propios que ahora vuelve a la primera línea informativa de la mano de Libertad VCF, una asociación de aficionados del Valencia CF que pretende blindar al club de las acciones de Peter Lim
Se trata de un tipo de medidas para las que ya hay un precedente, como lo que ocurrió con el Recreativo de Huelva, declarado BIC en 2016, por el que la administración pública intervino para evitar su desaparición. Los aficionados del Valencia han recogido ahora más de 10.000 firmas para que las Corts Valencianes debatan su iniciativa, con lo que pretenden evitar que se tomen decisiones unilaterales contra la esencia del club: cambios en el escudo, los colores, el estadio o incluso una mudanza del equipo.
Éste no es un debate al que no es ajeno al Espanyol, ya que desde hace años la afición viene expresando su descontento con la gestión liderada por Rastar Group y Chen Yansheng. Sentirse abandonados y no tener un proyecto claro lleva a preguntarse si un movimiento similar podría ser útil para salvaguardar la identidad del club frente a decisiones posiblemente perjudiciales de su propietario. La catalogación como BIC garantizaría que no puedan ser cambiados el escudo, los colores o hacer modificaciones sustanciales en el estadio del Espanyol sin la intervención de la administración pública y dotaría a las instituciones de mecanismos para evitar situaciones de deterioro económico extremo o la venta a inversores que no garantizan un proyecto sostenible.
Pero esta iniciativa también trae riesgos. Esa protección que ofrece ser declarado BIC vendría con mayores controles a través de la administración, y en el caso del Espanyol, eso puede resultar un arma de doble filo. No es precisamente un secreto que a lo largo de la historia los poderes públicos han mostrado indiferencia e incluso desprecio hacia el club blanquiazul. Poner en sus manos parte de la gestión o la supervisión de la entidad podría derivar en un control que, lejos de proteger, limite aún más su desarrollo o lo deje expuesto a decisiones políticas que no siempre han sido favorables.
Por otro lado, la intervención pública en el club no resolvería los problemas estructurales que han llevado al Espanyol a la inestabilidad. El modelo de Sociedad Anónima Deportiva (SAD) ha alejado a los socios de la toma de decisiones y, si bien un BIC podría mitigar algunos riesgos, no cambiaría el hecho de que el poder real seguiría en manos de los accionistas mayoritarios. En este sentido, parece claro que la afición considera que la solución pasa más por un cambio en el accionariado que por una mayor intervención autonómica o estatal.
Sin embargo, convertir al Espanyol en Bien de Interés Cultural sí serviría como declaración de intenciones, un claro mensaje de que la afición quiere proteger su legado. La cuestión es si esta protección sería eficaz o, por el contrario, acabaría siendo una trampa burocrática que limitaría aún más la capacidad de actuación del club en un entorno ya de por sí hostil. Lo que no se puede negar es que el Espanyol, como institución con más de 124 años de historia, representa mucho más que un simple equipo de fútbol: es el sentimiento arraigado en miles de personas que lo han visto como un símbolo de resistencia y pertenencia. Si otras aficiones han iniciado por esta senda la forma de blindar a sus clubs, no seria de extrañar que en un próximo futuro la pericada plantee si se ésta también es la senda que el Espanyol tiene para asegurarse de que su esencia nunca se pierda ante los deseos de sus propietarios.
