Decía antes del comienzo del Alavés – Espanyol el consejero e ídolo blanquiazul Rafa Marañón que Manolo González es “es un tío perfecto, que sabe lo que se hace, campechano, que trabaja hacia delante siempre, que como ha dicho últimamente también cuando pierdes puedes hacer cosas interesantes, en este sentido es uno de los cracs”. Ello, en referencia a sus declaraciones previas en la visita a Mendizorroza en que el gallego, con su estilo llano y directo que en un mundo con tanta hipocresía como el del fútbol es de agradecer, que el entorno sea en ocasiones demasiado crítico haciendo hincapié entre otros aspectos en su mal papel fuera de casa.

El equipo saltó a la hierba decidido a superar esa asignatura pendiente de no haber conseguido ningún triunfo a domicilio con 10 minutos en que los espanyolistas, haciendo caso a lo que había pedido Manolo, salieron sin miedo decididos a portería contraria. Sin embargo, el equipo fue de más a menos hasta el final de la primera mitad, con otro serial de desaciertos defensivos, algunos de hombres que últimamente habrían ofrecido una versión muy solvente, fiándolo todo al acierto de hombres como un Roberto que demostraba ganas pero tuvo muy poca opción de tocar pelota, ya que como el citado Marañón había apuntado ante las cámaras de las televisiones con derechos, por la forma de jugar del equipo tiene muy pocas oportunidades.

En la previa Manolo González había insistido en la necesidad de tener pausa con el balón pero lo cierto es que el equipo tras el descanso cayó en la trampa del conjunto vasco, y el partido se desordenó en especial desde la marcha de Pol Lozano, tocado y además amenazado por la tarjeta que había visto en la primera mitad. Lo cierto es que en toda la primera hora el equipo no chutó a puerta -el primer disparo de los blanquiazules no llegó hasta el 81’-, y los cambios daban a pensar que una vez más, la estrategia pasaba a ser frenar de todas las maneras posibles al rival y conservar al menos un punto. El equipo no existió en toda la segunda mitad y ciertamente, uno se preguntaba, ¿dónde había quedado el discurso que llegaba desde el vestuario durante toda la semana, y el del mismo Manolo González en la previa que de una vez por todas, tocaba ir decididamente a por el primer triunfo fuera de casa? Pero como esto es fútbol, y como compensación a tantas veces que el Espanyol ha visto cómo se le escapaban puntos que parecían en el saco, una acción a puerta parada servida magistralmente por Tejero, un experto en estas lides, y rematada a la perfección por Fernando Calero, que después de tanto sufrimiento en lo personal merecía este premio, daba los tres puntos y el primer triunfo al Espanyol lejos del RCDE Stadium.
El partido, efectivamente, comparado con otros recientes no fue ni de lejos de los mejores, inexistente en ataque y con demasiadas dudas en fase defensiva, pero hay que destacar que con los pocos argumentos que tiene el equipo se mantiene vivo en los partidos, algo que hay que resaltar, y que es la clave para que en Mendizorroza pudiese aprovechar la única oportunidad que tuvo. No se pueden extraer demasiadas conclusiones a nivel de juego, pero era clave ganar, y ello pasa por encima de todo.

Evidentemente, entre tantas carencias hay que destacar a Joan García, que en un encuentro en que el equipo se ha sentido incómodo defensivamente ha sido un verdadero muro. Absolutamente determinante un portero al que encontraremos mucho a faltar la próxima temporada si sigue este nivel. Sus intervenciones evitaron que el Alavés se adelantara y mantuvieron con vida al Espanyol hasta la jugada clave del encuentro.
En el juego aéreo, sí hay que destacar que Kumbulla y Cabrera estuvieron concentrados, sabiendo que el de este sábado era un encuentro muy complicado teniendo en cuenta el bombardeo de balones a los que sometería el Alavés el área blanquiazul. El equipo supo aguantar el tipo a pesar de las dificultades y ha demostrado que, a falta de brillantez, puede compensar con garra y oficio.
Toca también destacar a Roberto Fernández, un futbolista que sigue sorprendiendo positivamente ya que ha sabido destacar en un contexto muy complicado. Pese a recibir cada partido muy pocos balones en condiciones -el juego del equipo, incapaz de trasladar sobre el verde una propuesta más propositiva, no da para más- es capaz de fabricar jugadas, descargar el juego y permitir que el equipo pueda correr. Su desgaste físico es señal inequívoca de su compromiso, y su evolución sigue generando optimismo en la afición. Todo un acierto por parte de la dirección deportiva y del cuerpo técnico en este mercado de invierno, que por desgracia si no hay un milagro volverá a Braga cuando finalice el curso.

Evidentemente, si no se hubiese ganado el encuentro habrían arreciado las críticas al movimiento conservador de Manolo González, pero también hay que reconocer que esos cambios son lógicos teniendo en cuenta la plantilla que tiene a su disposición. Con los recursos disponibles, el equipo ha sabido competir hasta el último minuto y encontrar esa acción decisiva que le da un respiro en la clasificación, y ha de darse el mérito tanto al entrenador como a unos futbolistas que están luchando denodadamente para superar sus propias limitaciones.
Este triunfo no resuelve evidentemente los problemas estructurales del equipo, pero supone un auténtico balón de oxígeno en la lucha por la permanencia, y esa y no otra era la prioridad en Vitoria. Saber sufrir y aprovechar la única oportunidad de gol es, en muchas ocasiones, la clave del éxito en el fútbol. Ahora, con la moral reforzada, el Espanyol debe aprovechar este impulso para seguir construyendo su dinámica positiva y seguir sumando los puntos que le separan para conseguir el objetivo de la salvación, que ciertamente al inicio del curso parecía una absoluta quimera.
