Hace justo un año, el 12 de marzo de 2024, Manolo González asumió el banquillo del Espanyol en una situación crítica, con muchas dudas respecto a las posibilidades de lograr el objetivo que se había encargado al hombre al que sustituyó, Luis Miguel Ramis, tras la destitución de Luis García, el volver a Primera división. Lo hizo sin grandes aspavientos, sin ruedas de prensa rimbombantes ni discursos grandilocuentes, de esos que tanto se estilan en el fútbol moderno, ese que los seguidores con más años y experiencia odian profundamente. Simplemente, con trabajo. Hoy, doce meses después, sigue ahí, al pie del cañón, liderando a un equipo que, con mucho más corazón que presupuesto, ha logrado algo impensable el pasado verano, volver a conectar con su afición.
365 dies al càrrec del primer equip.
El nostre entrenador.Per molts més, míster! 💪 pic.twitter.com/2mXmMh5REU
— RCD Espanyol de Barcelona (@RCDEspanyol) March 12, 2025
Manolo es de esos entrenadores de otra época, de los que te cruzarías en el bar tomando un café y hablando de fútbol como cualquier aficionado de a pie. No llegó al Espanyol con un elaborado plan de marketing detrás ni con el cartel de ‘salvador’, pero curiosamente ha terminado siéndolo. Se hizo cargo de un equipo al que cogió muy tocado anímicamente en Segunda y lo devolvió a Primera tras un play-off de infarto. Y este año, pese a las limitaciones económicas y deportivas, ahí sigue, manteniendo al equipo fuera de la zona roja y dándole motivos a la afición para creer en la permanencia.

Su historia es de esas que podrían aparecer en un documental de fútbol modesto. Soñaba con ser jugador de Primera, pero una lesión le cortó el camino cuando apenas tenía 21 años. En vez de lamentarse, decidió seguir vinculado al fútbol desde los banquillos. Montañesa, Badalona, Ebro, Peña Deportiva… su currículum no tiene nombres ilustres, pero sí una constante: éxito y sobre todo respeto allá donde fue, ya que nunca ha sido cesado. Con esa trayectoria, aterrizó en el Espanyol B, renunciando a ofertas mejores porque quería entrenar en el club de su vida. No tardó en demostrar pese a las dudas de muchos que su sitio estaba más arriba.

El Espanyol de Manolo González es, y él no lo esconde, todo menos vistoso, pero por el contrario es un equipo que compite, que muerde y que se deja el alma. Pese a que quien conoce cómo jugaban sus equipos y qué libreto aplicaba no duda de cuál es su filosofía, ahora, consciente de que no tiene una plantilla de altos vuelos, ha sabido renunciar a sus principios para conseguir el objetivo marcado, seguir en Primera. Así, ha sabido exprimir al máximo a sus jugadores, sacando petróleo de un bloque que, sobre el papel, es de los más justitos de la categoría. No ha tenido miedo a sentar en el banquillo a nombres importantes, y lo más llamativo es que dentro del vestuario nadie se ha quejado. Un signo claro de que el grupo cree en su entrenador.

Su forma de ser también ha calado en la grada. En una época donde los técnicos hablan con cautela con unos discursos formalmente muy elaborados pero vacíos de contenido, Manolo se desmarca con declaraciones naturales, sin filtros. No tiene problema en decir que su equipo tiene limitaciones o en reconocer cuándo un partido ha sido infumable. Y eso, en un fútbol cada vez más enlatado, se agradece.
Hace un año, Manolo González asumió el reto de su vida. Doce meses después, sigue en pie, luchando contra viento y marea para que el Espanyol siga donde merece estar. En un fútbol y en concreto en un club como el blanquiazul donde los banquillos son una silla eléctrica, que un técnico modesto como él siga al frente tras tanto sufrimiento es casi un milagro. Pero ahí está. Porque a veces, los sueños que nunca se buscan son los que acaban siendo los más bonitos.
