El Espanyol se marcha de Mallorca con las manos vacías, y con la sensación de haber sido víctima de una injusticia clamorosa. El equipo de Manolo González firmó un partido de mucho sacrificio, pero nada de eso importó cuando Alejandro Quintero González y el VAR decidieron que los tres puntos debían quedarse en Son Moix. Un penalti señalado en el descuento, el cuarto del partido a favor del Mallorca, terminó de inclinar una balanza que ya estaba claramente decantada desde el principio. El esperpento arbitral marcó el desenlace de un choque que el Espanyol había intentado competir hasta el último minuto. Tres penas máximas convertidas, decisiones inexplicables y un VAR que, lejos de hacer justicia, actuó como un jugador más para los locales. Con semejante escenario, poco margen quedó para el fútbol.