Respirar. Por fin. Que a estas alturas de la temporada los que amamos al Espanyol podamos ver un fin de semana de fútbol sin tener que tomar ansiolíticos ya es una buena noticia. El conjunto perico, ese equipo que parecía condenado a sufrir hasta el último segundo de la última jornada, ha logrado un triunfo en Vallecas que lo cambia todo. Y no es exageración: ganar en campo ajeno, y hacerlo 0-4, es como ver nevar en agosto. Pero lo mejor no es solo el resultado, sino cómo se consiguió.
Y es que este viernes, mientras muchos pericos miraban el calendario con miedo -porque abrir jornada, con lo que hay en juego, puede salirte muy mal-, el equipo de Manolo González lo convirtió en una ventaja. Los tres puntos sumados ante el Rayo permiten al Espanyol ver desde la barrera el resto de la jornada y cruzar los dedos por algún tropiezo de sus rivales. Girona – Alavés, Real Madrid – Valencia, Las Palmas – Real Sociedad, Valladolid – Getafe y Leganés – Osasuna pueden traer buenas noticias… pero esta vez sin necesidad de morderse las uñas.
Un baño de personalidad y fútbol
La primera mitad del Espanyol fue para enmarcar. Así de simple. Ni el más optimista lo habría imaginado: un equipo que fuera de casa ha sido más bien tímido durante toda la temporada, firmó una de las mejores primeras partes que se le recuerdan en años. No del curso, ojo, en años. Y parte del mérito es de un Manolo González que se la jugó con los cambios: Edu Expósito por el hasta ahora indiscutible Král, y Antoniu Roca por un Jofre Carreras que venía algo apagado. El movimiento salió redondo.
Expósito demostró tener más fútbol en los pies, más pausa, más claridad que el checo. Y Antoniu, vertical, atrevido, volvió a dejar claro que merece más minutos. El equipo hizo una primera parte casi perfecta, reconocía Manolo tras el partido. Y tenía razón.
Manolo, de cuestionado a referente
Si el fútbol fuera justo -que no siempre lo es- hoy Manolo estaría en boca de todo el mundo del fútbol. En la previa del choque, había quien decía que su plan era conservador, que al equipo le faltaba gol, que los cambios no aportaban… Pues bien, en el 50’, cuando muchos creyeron que se encerraba atrás con una defensa de cinco, lo que hizo fue asegurar el partido. Y no fue un paso atrás, sino un movimiento maestro. Quería que el equipo tuviera el control y no sufriera, y vaya si funcionó.
Porque no se ganó de rebote ni con suerte. Se ganó con orden, con compromiso, y también con pegada. El gol de Leandro Cabrera -sí, ese central que parece estar con un pie fuera del club pero que sigue dando puntos como si fuera un referente ofensivo- y otro de Roberto, el fichaje invernal que cada jornada justifica su llegada, dejaron el partido encarrilado en un abrir y cerrar de ojos.
Nombres propios que se merecen un aplauso
Lo de Cabrera fue un clínic defensivo y ofensivo. Volvió a ser muro y además mojó. Lo de Puado, posiblemente su mejor versión desde que está en el primer equipo: asistencia, gol y un despliegue físico tremendo. Que alguien en los despachos esté tomando nota, porque si este jugador se va libre, será para llorar.
Edu Expósito fue la batuta. Joan García, otra vez salvador, con otra imposible que habría metido al Rayo en el partido. Urko, soberbio. Roberto, peleón como siempre. Y sí, el equipo tuvo 7 remates, casi la mitad de los que llevaba acumulados en toda la temporada fuera de casa (17). Se pedía más mordiente arriba, y se consiguió.
Un triunfo que se recordará
La última vez que el Espanyol ganó 0-4 fuera de casa fue en San Mamés, allá por 2013. Aquel día marcaron Héctor Moreno, Víctor Sánchez, Stuani y Verdú. Hoy, el contexto es muy diferente, pero la sensación es igual de poderosa: esto es un clic. Una victoria que puede cambiar una dinámica, un grupo que ahora cree, una afición que puede mirar hacia adelante sin pánico. El equipo y Manolo se lo merecían.
Este equipo, con todas sus limitaciones técnicas, con todos los baches que ha tenido que superar, ha demostrado que se puede competir, sumar y, de paso, ilusionar. Queda camino, sí. Pero este viernes, el Espanyol se ha ganado algo más que tres puntos: se ha ganado el derecho a soñar -con los pies en el suelo, pero con el alma en alto- con una permanencia que empieza a parecer, por fin, posible.