Ni las victorias calman del todo a la afición ni al entorno mediático del Espanyol, ni las derrotas tardan en reabrir viejas heridas. Tras un mes de abril notable en cuanto a resultados y sensaciones, que sirvió para contener buena parte de las críticas que rodeaban a Manolo González, mayo ha devuelto a la palestra un debate que parecía apagado: el de su continuidad al frente del banquillo perico.

Las derrotas consecutivas ante Villarreal, Betis y, especialmente, la de Leganés —dolorosa por el contexto, el rival y el momento del calendario— han vuelto a dar argumentos a quienes no terminan de confiar en el técnico gallego. El ruido, que durante semanas quedó en segundo plano por la buena dinámica del equipo, ha regresado con fuerza a las tertulias, las redes sociales y ciertos espacios mediáticos. Algunos lo hacen desde la reflexión serena, otros desde el enfado o la exigencia máxima. Pero el debate ha vuelto.

Y no se trata de negar el derecho a la crítica. En el fútbol profesional, nadie está exento de ser evaluado y, por supuesto, cuestionado. Lo que sí resulta llamativo es que se reabra este tipo de discusión cuando, a tres jornadas para el final, el Espanyol sigue teniendo la permanencia al alcance de la mano. Siete puntos por encima del descenso, con margen y calendario en teoría favorable. Y con un entrenador que, hasta la fecha, ha cumplido todos los objetivos que se le han ido marcando desde el club.

Conviene no perder de vista el contexto. Manolo asumió el cargo la temporada pasada con un vestuario muy tocado y logró reconducirlo hasta el ascenso. Este año, con un plantel limitado, sin grandes inversiones y en un entorno institucional marcado por la contención presupuestaria, ha mantenido al grupo fuera de los puestos de descenso durante buena parte del curso. Con errores, sí, pero también con aciertos. Con decisiones discutibles, pero con resultados que, al menos por ahora, le dan la razón.
Pensar ya en su relevo cuando el club no ha garantizado una mejora real de medios ni de ambición para el próximo proyecto parece, cuanto menos, precipitado. Salvo sorpresa en los despachos, el objetivo en la 2025-26 volverá a ser el mismo: lograr la permanencia. Y para ese tipo de misiones no sobra precisamente un perfil como el de Manolo González: conocedor del club, cercano al vestuario, bregado en escenarios adversos y dispuesto a trabajar con los recursos que haya.

Si el equipo no logra salvarse, será lógico abrir un proceso de reflexión y valorar alternativas. Pero mientras la permanencia siga siendo un objetivo alcanzable —y ahora mismo lo es—, el ruido en torno al entrenador puede volverse más contraproducente que útil. En un club necesitado de estabilidad y foco, cuestionar a quien ha respondido cuando más se le necesitaba puede acabar siendo un nuevo tiro en el pie.
Porque la crítica es legítima. Pero también lo es la memoria.
