El trágico atropello del pasado jueves en la avenida del Baix Llobregat, junto al RCDE Stadium, ha vuelto a poner en primer plano un conflicto enquistado desde hace más de una década: la convivencia entre el estadio del Espanyol y los vecinos del barrio de la Riera de Cornellà. Así lo expone El Periódico en un reportaje que recoge testimonios de residentes que, desde que el club se instaló en la ciudad en 2009, denuncian episodios recurrentes de incivismo, problemas de movilidad y una sensación creciente de inseguridad.
Sin embargo, es importante subrayar que, en este caso concreto, las únicas víctimas han sido seguidores del Espanyol. La conductora del vehículo implicado en el atropello, también vecina de Cornellà, embistió a una veintena de aficionados blanquiazules, uno de los cuales permanece ingresado en estado grave en la UCI. Ninguno de ellos participó en altercado alguno ni protagonizó escenas violentas. Fue un accidente tan inesperado como doloroso, que impactó de lleno en quienes simplemente se dirigían al estadio a presenciar un partido.
Pese a ello, el incidente ha reavivado quejas vecinales que vienen de lejos. Javier, vecino de 58 años, lo explica con resignación: “Frente al estadio es todo zona verde. Todos los coches que no pueden aparcar aquí se van a la parte de atrás del barrio”, señala, reclamando al consistorio que estudie extender la zona verde para evitar el colapso habitual. Reconoce que “suele haber muchos antidisturbios y vigilancia”, pero aun así, los días de partido, prefiere evitar pasar por la zona debido a la aglomeración de gente, bengalas y el consumo de alcohol en la vía pública. “Aunque la mayoría es gente normal”, matiza.
Sara, madre de dos hijos y vecina de la Riera desde hace ocho años, va más allá: “Da miedo salir a la calle, sobre todo con niños”. Explica que los días de partido intentan no mover el coche o regresar cuando ya ha comenzado el encuentro para esquivar las aglomeraciones. “Alguna vez no hemos podido ni llegar al párking”, cuenta, pidiendo más policía en las calles del barrio para gestionar tanto el tráfico como el flujo de aficionados.
También hay voces más contundentes, como la de Dolores, de 65 años, quien resume su frustración en una frase clara: “Estamos hartas del estadio”. Ella y sus amigas Vicenta (76) y Lourdes (71) no culpan directamente al club ni a la afición en general, pero sí ponen el foco en los “ultras y gamberros” que, según ellas, protagonizan incidentes antes, durante y después de los partidos. “El día que hay partido no puedes ni salir a pasear”, añade Dolores. Vicenta recuerda incluso haber resguardado a un joven con una bufanda del Barça en su portal, tras ser supuestamente increpado en la calle el día del derbi.
Julio, de 56 años y propietario de un negocio en la zona, relata que en más de una ocasión ha tenido que meter a clientes dentro del local y bajar la persiana ante altercados o cargas policiales. “Lo que más rabia me da es no poder ir tranquilo con mis hijos al fútbol”, afirma. Su testimonio refleja una contradicción que comparten otros vecinos: la afición no es el problema, pero los días de partido generan una presión difícil de gestionar en un barrio con poca infraestructura para absorber a 40.000 personas.
La realidad es que desde el entorno del Espanyol —incluyendo peñas y agrupaciones de aficionados— ya se habían solicitado cambios específicos, como el cierre total al tráfico de la avenida del Baix Llobregat durante los partidos. Esa vía, precisamente donde se produjo el atropello, permanece abierta por su papel como salida para residentes y línea de autobús, pero se ha convertido en un punto crítico por la alta concentración de personas en los días de encuentro.
Desde la asociación de vecinos de la Riera se reconoce que se ha trabajado con el Ayuntamiento y los Mossos para redirigir flujos de tráfico, cambiar sentidos de algunas calles y mejorar la seguridad. Pero también admiten que la ubicación del estadio, encajado entre calles estrechas y zonas residenciales, limita cualquier solución estructural.
Aun así, y pese al cansancio hasta cierto punto comprensible de parte del vecindario, no se puede perder de vista que la afición del Espanyol ha sido, en esta ocasión, la única damnificada. No hubo enfrentamientos, no hubo disturbios. Solo un grupo de seguidores que terminó en el suelo por una desgracia que pudo y debió haberse evitado. En ese contexto, resulta especialmente injusto que se traslade de forma implícita la responsabilidad del conflicto a una masa social que, más allá de casos puntuales, ha demostrado un comportamiento cívico y pacífico en la inmensa mayoría de encuentros.
El debate sobre la convivencia entre estadio y barrio es legítimo. Pero no puede construirse sobre la base de estigmatizaciones ni lecturas simplistas. Porque en Cornellà hay muchos vecinos. Pero solo una parte ha puesto víctimas. Y esa parte, esta vez, lleva una bufanda blanquiazul.
