Este sábado, cuando el Espanyol salte al césped del RCDE Stadium para recibir a la UD Las Palmas, no solo estará en juego la continuidad del club en Primera división. Lo que se dirime ante el equipo canario —ya descendido— va mucho más allá de los puntos, del resultado o del marcador final. Porque esta jornada 38 es, también, un juicio al proyecto deportivo, a la credibilidad institucional, a la estabilidad económica… y al futuro de Manolo González.
Manolo, el entrenador que hace solo unos meses era elogiado por haber devuelto al equipo a Primera en una eliminatoria dramática, se juega su continuidad en el banquillo. Y no porque lo merezca —que no lo merece—, sino porque así están firmadas las reglas. Su contrato va ligado a la permanencia. Si el Espanyol gana y el Leganés no logra mejor resultado ante el Valladolid, seguirá. Si no, el gallego quedará fuera, caiga o no con honores.
Lo paradójico es que Manolo ha sido, seguramente, el menos culpable del desastre de planificación que arrastra el club desde hace años. Ha dirigido al equipo con una plantilla cogida con alfileres, sin inversión real, montada a base de cesiones, descartes y operaciones de bajo coste. Sin fichajes de peso. Sin margen para construir nada con estabilidad. Y aun así, ha tirado adelante. El ascenso, el mes de abril brillante, la reanimación anímica de un grupo hundido… todo eso tiene nombre y apellido. Y sin embargo, como tantas veces en el fútbol, su trabajo podría quedar enterrado si este sábado el equipo no consigue el objetivo.
Desde que se hizo con el primer equipo, Manolo ha tenido muy pocas semanas de paz. Le tocó asumir el mando en el momento más delicado de la temporada pasada, con un vestuario roto y una institución bloqueada. Y lo hizo sin esconderse, dando la cara, asumiendo responsabilidades que iban más allá del banquillo: portavoz, gestor de crisis, psicólogo de urgencia y símbolo de una resistencia que, pese a todo, aún sigue viva.
Pero ahora el contexto es mucho más cruel. Cinco derrotas consecutivas han puesto al equipo contra las cuerdas. El Leganés aprieta desde abajo y no parece que vaya a fallar ante un Valladolid inofensivo. La presión es máxima. Y en medio del caos, el técnico gallego vuelve a estar solo ante el peligro, sosteniendo a un equipo que llega tocado física y mentalmente, con muchos jugadores que pueden estar con la cabeza más fuera que dentro del club y otros tantos que no continuarán pase lo que pase.
En esta última semana, toca trabajar para intentar reconectar una plantilla en que a siete de los titulares del pasado sábado se les acaba contrato. Algunos son cedidos, otros ya tienen propuestas para seguir en Primera en otros clubes. ¿Cómo se motiva a quien siente que su historia en el Espanyol ya ha acabado? Esa es la pregunta que sobrevuela en los despachos y en la grada.
Y mientras tanto, arriba del todo, una propiedad que sigue sin dar señales de vida. Chen Yansheng, ausente durante años, podría convertirse este fin de semana en el único presidente del Espanyol con tres descensos a sus espaldas. Su gestión desde China ha sido una de las grandes losas del proyecto. La falta de inversión, la desafección institucional y el vacío en los momentos clave explican buena parte de lo que está pasando. Todo esto, en el mismo año en que el club celebra su 125 aniversario. Un curso que debía ser especial… y que puede acabar en tragedia.

FOTO CARLOS MIRA
Volver a Segunda sería, además, un golpe financiero de enorme calado: cerca de 30 millones de euros menos de ingresos, una sangría en derechos de televisión, patrocinadores que se esfuman, y el riesgo de perder al activo más valioso de la plantilla, Joan García, por una cláusula reducida de 15 millones. La diferencia entre salvarse o bajar es abismal, y condicionará todo: plantilla, cuerpo técnico, planificación y hasta la masa social.
El sábado, pues, el Espanyol se juega mucho. Su categoría, su dignidad, su futuro. Pero si hay alguien que personifica esta final, ese es Manolo González. Por todo lo que ha dado y todo lo que aún está dispuesto a dar. Por haber sostenido este proyecto con más corazón que recursos. Y porque, si hay justicia, el club debería apostar por él… incluso si las cosas no salen bien. Porque el Espanyol ha tenido muchos entrenadores. Pero muy pocos han sido, como él, un escudo más.




