En la antesala del derbi catalán entre el RCD Espanyol y el FC Barcelona, las declaraciones del presidente de la Generalitat, Salvador Illa, generaron un debate que trasciende lo futbolístico. Illa, que en diversas ocasiones ha manifestado sin ambages su condición de aficionado del Espanyol, optó esta vez por un tono institucional que no ha dejado indiferente a nadie: “Deseo lo mejor a todos los equipos catalanes”, afirmó, antes de felicitar expresamente al Barça por la consecución de su reciente título.
Sus palabras, emitidas en un contexto de máxima tensión deportiva y emocional para el Espanyol —que se juega la permanencia en Primera división—, han sido interpretadas de forma ambivalente. Para algunos sectores, representan un ejercicio de responsabilidad institucional acorde a su cargo. Para otros, en cambio, suponen una renuncia implícita a sus convicciones personales en aras de preservar un equilibrio político que, en Catalunya, siempre se antoja delicado cuando se habla de fútbol.
En el entorno perico no han faltado las voces que, sin cuestionar la cortesía protocolaria, sí lamentan la frialdad del mensaje en un momento tan trascendental para el club. No se trata, dicen, de pedir favoritismos, sino de no disimular unas raíces que nunca han sido bien vistas por determinados sectores del panorama político y mediático catalán. Porque ser del Espanyol, en según qué esferas, sigue teniendo un coste, en su caso, en forma de votos y rédito electoral. Y eso no es nuevo.
Pero lo más llamativo de esta situación es que ni siquiera el electorado culé parece haber recibido con agrado las declaraciones del president. Así lo demuestra una carta publicada en El Punt Avui por Joaquim Prat Sellas, vecino de Riudaura (Garrotxa), que critica con dureza lo que considera una postura ambigua y artificiosa.
“Señor Illa, tiene que escuchar el ex presidente Tarradellas, que dijo: ‘Un político lo que no puede hacer es el ridículo’. Y usted, cuando lo entrevistaron antes del partido del Espanyol – Barça, dijo que era de todos los equipos catalanes. Una gran bertranada”, escribe Prat. Le reprocha, además, que intente esconder su simpatía por el Espanyol: “No tenga vergüenza de ser del Espanyol, no es ningún pecado”.
La carta va incluso más allá, cuestionando abiertamente la sinceridad de Illa y su intento por “quedar bien con todos” en un terreno —el futbolístico— donde la pasión no suele entender de equidistancias. “No ganará más votos haciendo el ridículo y queriendo quedar bien con los barcelonistas”, sentencia el autor.
Lo ocurrido revela, una vez más, hasta qué punto el fútbol sigue siendo un termómetro emocional y político en Catalunya. Y cómo, en determinadas coyunturas, ni siquiera la figura del presidente de la Generalitat puede escapar al juicio de dos aficiones enfrentadas no solo en el césped, sino también en la esfera pública. Illa intentó ser justo con todos, pero ha terminado siendo cuestionado por ambos lados. Un reflejo del equilibrio imposible que, en Catalunya, siempre ha supuesto declararse perico.
