Para encontrar la última vez que la UD Las Palmas logró ganar como visitante al Espanyol hay que rebuscar en el baúl de los años 80, sacar el mapa de Cataluna, y poner el dedo sobre Figueres. Nada de Sarrià, ni por supuesto Cornellà. Fue en el campo de la Unió Esportiva Figueres, el Municipal de Vilatenim, el 21 de noviembre de 1987. Y no fue por gusto.
El motivo de ese exilio es que Sarrià fue clausurado después de que en un Espanyol – Zaragoza -o Español deberíamos decir, ya que aún no se había catalanizado el nombre- una moneda impactara de lleno en Andoni Cedrún, guardameta del conjunto maño. El castigo obligó al Espanyol a buscarse un hogar provisional, y acabó jugando como local en el Alt Empordà. Fue, además, el primer partido de Primera división que se disputó en la provincia de Girona, y con el tiempo, también el único de la máxima categoría jugado en Vilatenim. Pero la efeméride no vino con alegría.
El Espanyol, dirigido por Javier Clemente, perdió 1-2 ante una UD Las Palmas entrenada por Germán Dévora. Goles de Narciso Rodríguez y Félix Oramas para los canarios, y de Pichi Alonso de penalti para los pericos. Aquella tarde, el once espanyolista no era precisamente de andar por casa: Thomas N’Kono, Francis, Gallart, Soler, Urkiaga, Zubillaga, Zúñiga, Lauridsen, Pichi Alonso, Michel Pineda y un joven Ernesto Valverde. Es decir, la base del equipo que un año más tarde asombraría a toda Europa con su participación en la inolvidable Copa de la UEFA del 88. Pero ni así.
Y es que, como apuntó el propio Clemente tras el partido, su equipo hizo “un partido horroroso, hemos jugado mal, muy mal”. El técnico no se cortó ni un pelo, fiel a su estilo: “Tommy no ha parado ni una, dos balones al área, dos goles”. Y sobre el tanto de Narciso, lo dijo sin rodeos: “No lo repite en tres años. De espuela ha cruzado el balón por encima de N’Kono, y esto es un churro”. Eso sí, también señaló que el segundo tanto “me ha parecido en fuera de juego”.
No le faltaban razones. El partido dejó una sensación extrañísima. En un estadio con pericos desplazados hasta Figueres y un rival a priori asequible, el equipo blanquiazul se estrelló una y otra vez contra una defensa sólida, un portero seguro y también con una tramontana que soplaba con fuerza.
La crónica del día siguiente en La Vanguardia lo dejó claro: el Espanyol “fue apoyado de principio a fin”, pero el equipo “perdió por sus propios errores”. Incluso se hablaba de “paciencia bíblica” en las gradas. Pero nada. “Atolondramiento”, lo denominaron. Balones bombeados, ideas dispersas, y un rival que hizo lo justo para ganar. Mientras tanto, Germán Dévora no ocultó su satisfacción: “al Español siempre le ponemos las cosas difíciles”.
En resumen, fue una tarde de esas que el espanyolismo ha preferido enterrar en la memoria. Una derrota que fue castigo sobre castigo. Por la clausura de Sarrià, por los errores en defensa, y por un rival que, casi 40 años después, todavía recuerda con cariño aquel día en Figueres, por ser la última vez que ganaron en la Península a los pericos. Desde entonces, Las Palmas no ha vuelto a ganar como visitante al Espanyol, y esperemos que siga así. Porque si aquel partido fue raro… perder este sábado en casa, contra un equipo ya descendido y consumando con mucha probabilidad la pérdida de categoría, sería directamente una pesadilla.
