Esta semana, El Punt Avui ha cruzado una línea que no debería haberse traspasado nunca. Tal como comentábamos este jueves en La Grada Ràdio, su director, Joan Vall Clara, ha publicado un artículo profundamente ofensivo contra el RCD Espanyol, en el que no sólo expresa sin ambages su deseo de que el equipo descienda a Segunda división, sino que utiliza argumentos de carácter político para justificarlo. En uno de los pasajes más inaceptables del texto, Vall Clara se refiere al club como “un equipo domiciliado en Catalunya”, en una fórmula deliberadamente despectiva que busca cuestionar la legitimidad y la pertenencia del Espanyol al tejido social y deportivo catalán.
El artículo, publicado dentro de su columna diaria “El Voraviu”, deja poco espacio a la interpretación. “Créanme sincero cuando les digo que no me sabrá mal si Las Palmas gana en el RCDE Stadium y el Leganés en Valladolid. Ya sé que la consecuencia es que los de Madrid mantendrían la categoría y que los pericos volverían a bajar a la segunda división, pero solo me sugiere que si pasa así, ‘tal dia farà un any’, como diría la abuela Neus”. A continuación, Vall Clara remata: “No me pongo las manos en la cabeza porque vuelva a bajar un equipo domiciliado en Catalunyaa. Casi al contrario. Estoy seguro que si pasa encontraré placer”.
Estas palabras, escritas por un profesional con una dilatada trayectoria en el ámbito periodístico, no pueden pasar por alto. Joan Vall Clara, nacido en Calonge en 1958, ha sido durante décadas una de las figuras más relevantes del diario El Punt, al que se vinculó ya en sus inicios en 1979. Ha ocupado cargos de máxima responsabilidad, entre ellos los de director general, vicepresidente del Consejo de Administración, consejero delegado y, desde febrero de 2020, editor presidente del grupo Hermes Comunicacions. Además, desde julio de ese mismo año, publica diariamente su opinión en la contraportada del diario, lo que refuerza el peso y la responsabilidad de sus palabras.
Más allá de la crítica legítima que cualquier periodista puede ejercer, lo preocupante del artículo de Vall Clara es la carga ideológica con la que ataca al Espanyol, presentando al club como un elemento ajeno, casi intruso, dentro de Catalunya. En un contexto en el que el respeto mutuo y la convivencia deberían ser principios fundamentales, resulta alarmante que se normalicen discursos que estigmatizan a una parte del deporte catalán por razones políticas o identitarias.
Es imprescindible preguntarse qué respuesta se habría producido si este tipo de comentarios se hubieran dirigido contra cualquier otra entidad deportiva con fuerte arraigo en Catalunya. El silencio institucional ante estas manifestaciones contrasta con la gravedad del contenido, y deja una sensación de impunidad que solo contribuye a alimentar tensiones y a profundizar divisiones que no deberían tener cabida ni en el periodismo ni en el deporte.
El Espanyol, como club centenario, con miles de socios y una historia profundamente vinculada a la ciudad de Barcelona y a Catalunya, merece respeto. No es un “equipo domiciliado”, es una institución con identidad, con valores, y con una comunidad que no puede seguir siendo tratada como ajena por quienes deberían, desde la responsabilidad editorial, contribuir a la cohesión y no a la exclusión.
