El departamento de Interior de la Generalitat de Catalunya y el Ayuntamiento de Cornellà de Llobregat han iniciado una revisión del dispositivo de seguridad y movilidad en el entorno del RCDE Stadium, según ha informado La Vanguardia. Esta iniciativa llega tras el grave incidente ocurrido en el último derbi entre el Espanyol y el FC Barcelona, donde un atropello dejó 17 heridos, uno de ellos en estado crítico.
La consellera de Interior, Núria Parlon, ha confirmado que “hay un trabajo de movilidad que los Mossos, y especialmente el Ayuntamiento, tenemos que hacer de cara al futuro” con el objetivo de “minimizar riesgos”. La revisión no se limitará al partido decisivo de este sábado, sino que forma parte de un análisis estructural que afectará a toda la próxima temporada.
Parlon advierte que no solo se trata de evitar episodios graves como el del pasado derbi, sino también de reducir “cualquier circunstancia que pueda provocar enfrentamientos o peleas”. En este sentido, ha señalado que ya se trabaja de forma coordinada con la policía local, los Mossos y el consistorio.
El Espanyol, por su parte, subrayaba esta semana en un comunicado que era “necesario e imprescindible que las instituciones que tienen la responsabilidad y ponen las normas revisen el protocolo de movilidad los días de partido”. El club exigía “medidas que garanticen que se pueda ir al fútbol con la máxima seguridad”.
Más allá del dispositivo policial, el debate vuelve a instalarse en la relación de convivencia entre el estadio y el barrio de Riera, una zona residencial con unos 4.000 habitantes donde la presencia del Espanyol genera una opinión pública sorprendentemente dividida. Aunque se reconoce que el estadio ha dinamizado el barrio —con la llegada de servicios, comercios y el centro comercial Splau—, una parte significativa de los vecinos sigue viendo al club como un elemento perturbador.
Sorprende especialmente la persistencia de esta visión negativa más de una década después de la inauguración del estadio. Algunos residentes manifiestan su incomodidad con el ambiente que a su parecer se genera en las inmediaciones los días de partido, aludiendo a comportamientos incívicos, consumo de alcohol y altercados. “A mí me gusta el fútbol, pero me da miedo volver sola a casa cuando juega el Espanyol”, admite una vecina, Sandra Romero.
La situación ha llegado al punto de que una escuela del barrio ha optado por prohibir a los alumnos jugar al fútbol en el patio. “Los niños perciben agresividad. Se pelean, y eso nos ha obligado a tomar esta medida”, explica Romero, que también es educadora en el centro. Un dibujo elaborado en clase compara el ambiente del barrio con y sin partido, y defienden que el contraste es evidente. La verdad es que esta información resulta cuando menos sorprendente, y estaría bien saber en qué criterios pedagógicos se basa esta decisión, y hasta que punto la culpa la tiene lo que ven en el barrio y si no es una excusa bastante absurda para seguir inculcando una visión negativa del Espanyol.
En cualquier caso, François Berland, vecino de la zona y padre de una de esas alumnas que ya no pueden jugar al balón, confirma esa percepción: “Cuando hay partido, intentamos no salir de casa”. Ambos coinciden en que la mayoría de asistentes al estadio no generan problemas, pero insisten en que los incidentes que sí ocurren no deberían tolerarse ni normalizarse.
Desde la asociación de vecinos, su presidenta Conchi Zatón recuerda que llevan más de una década dialogando con las instituciones y que ya pidieron en su momento ubicar el estadio al otro lado del río. “Ahora el campo no se puede mover, pero sí se puede exigir civismo”, sentencia.
El contraste entre lo que el RCDE Stadium representa para el club y su afición, y cómo parte del vecindario percibe su presencia, sigue sorprendiendo. La coexistencia entre un gran equipamiento deportivo y un entorno residencial requiere soluciones realistas y sostenidas. Por ahora, lo que se impone es una revisión seria del modelo actual.
