El RCD Espanyol cerró una temporada angustiosa logrando el objetivo de la permanencia en la élite del fútbol español, en un partido ante la UD Las Palmas que, por momentos, colocó al equipo al borde del colapso emocional. Superado el primer tiempo, en el que reinó la ansiedad y la falta de claridad, fueron varios los nombres que emergieron para rescatar al conjunto blanquiazul. Dos de ellos eran esperados. Los otros dos, no tanto.

Joan García y Javi Puado han sido, sin duda, dos de los pilares sobre los que se ha sostenido el Espanyol en su temporada de regreso a Primera. El guardameta, firme durante toda la campaña, volvió a mostrarse seguro en un partido de máxima exigencia, transmitiendo calma y firmeza en los momentos de mayor incertidumbre. Por su parte, Puado fue determinante para abrir el marcador desde el punto de penalti, desatascando un partido que, hasta entonces, parecía condenado al sufrimiento.

Sin embargo, lo que terminó marcando la diferencia en el tramo decisivo del encuentro fueron las aportaciones de dos futbolistas que habían tenido un papel secundario durante buena parte del curso: Pere Milla y Alejo Véliz. Ambos fueron decisivos en una victoria que permite al Espanyol continuar en Primera división y afrontar con otra perspectiva la planificación del próximo proyecto.

La entrada de Pere Milla en el segundo tiempo cambió por completo el rumbo del encuentro. Jugó con criterio, sin miedo a asumir responsabilidades, y aportó ese punto de veteranía que el equipo necesitaba para gestionar un contexto de máxima presión. Redondeó su actuación con el gol del 2-0, que supuso la sentencia definitiva y liberó a una grada que no había respirado con tranquilidad en toda la tarde. Pere, que ya fue clave en el tramo final del curso pasado en el camino hacia el ascenso, volvió a responder cuando más se le necesitaba.
Su participación no solo fue clave desde el punto de vista deportivo, sino que también sirvió para reforzar su vínculo con una afición que, en determinados momentos, había cuestionado su rendimiento en función de la alta inversión realizada para incorporarlo. Con su actitud, compromiso y eficacia, el futbolista ilerdense ha sabido cerrar el curso en positivo.

Algo similar puede decirse de Alejo Veliz. El delantero argentino, cedido por el Tottenham, perdió protagonismo tras la irrupción de Roberto Fernández, pero en el último partido del curso ofreció su mejor versión. Peleó cada balón, forzó el penalti que dio lugar al 1-0 y participó en la acción del segundo tanto. Su implicación fue incuestionable, y su despedida del club, previsiblemente definitiva, deja una imagen de entrega y profesionalidad que contrasta con la inactividad que ha marcado gran parte de su paso por el conjunto blanquiazul.
Estas actuaciones refuerzan el discurso del entrenador Manolo González, que en más de una ocasión ha valorado el papel de los jugadores menos habituales dentro del vestuario. Tras lograr la salvación, el técnico quiso poner en valor el trabajo en la sombra de futbolistas como Sergi Gómez, a quien reconoció públicamente por su actitud, compromiso y liderazgo a nivel interno, pese a haber tenido menos minutos sobre el césped.

En un año en el que la plantilla ha estado marcada por las limitaciones de fondo de armario y la escasa inversión, haber contado con un grupo cohesionado y dispuesto a sumar desde distintos roles ha sido uno de los factores determinantes para evitar el descenso. La gestión de vestuario de Manolo González ha permitido que, en el momento clave, el equipo pudiera responder con recursos que durante buena parte del curso parecían en segundo plano.
El Espanyol salvó la categoría gracias al rendimiento de sus piezas fundamentales, pero también por la implicación de quienes, en silencio, supieron estar preparados para rendir cuando les llegó la oportunidad. Una lección de profesionalidad que refuerza la idea de que, en este deporte, los protagonistas pueden cambiar de un momento a otro, y que todo esfuerzo, incluso el menos visible, termina marcando la diferencia.
