Estos días, con el futuro de Joan García en el aire y con el Barça rondando como ese vecino que solo llama cuando huele a talento, muchos pericos han vuelto a hablar de Ricardo Zamora. Y no es por casualidad. Aunque en sentido estricto Zamora no se fue del Espanyol al Barça —estaba retirado cuando se produjo su primer adiós—, su historia deja una lección que, con la que está cayendo, más de uno debería tener en cuenta.
Porque sí, Zamora fue un ídolo blanquiazul, el primer gran crack del fútbol español, y también cometió errores. El más sonado, irse al Barça tras un desencuentro con la directiva españolista. Un movimiento que, años después, él mismo reconoció como una metedura de pata de juventud. “Por el R.C.D. Español lucharé hoy con más amor que nunca para hacer olvidar una equivocación de joven”, escribió de su puño y letra en una carta publicada por la Gaceta Sportiva el 3 de octubre de 1922. Un documento que sacó en su día a la luz nuestro compañero de AS Iván Molero a la luz gracias al periodista y perico Marc Casado, nieto del fundador de la peña blanquiazul de Sant Cugat.
En esa carta, Zamora era claro como el agua: “No, amigo mío, no. Zamora meditó bien su paso dado al reingresar al Club de mi infancia sportiva y en él me encuentro en casa”. Lo decía mientras aún arrastraba una sanción de tres meses por un lío burocrático entre Barça y Espanyol, que acabó dejando al portero sin ficha federativa oficial hasta mediados de 1923. Aun así, siguió jugando partidos amistosos con la blanquiazul, como quien no quiere otra cosa que sentirse en paz consigo mismo y con la grada.
Zamora había llegado al primer equipo del Espanyol siendo casi un crío, con solo 15 años, y lo dejó en 1919 porque su familia quería que estudiara medicina. Pero el Barça lo convenció para volver a ponerse los guantes… y durante tres años fue portero azulgrana. Allí ganó títulos, debutó con la selección y se convirtió en figura internacional. Pero cuando quiso un aumento y no se lo dieron, volvió a casa. Eso sí, no sin polémica.
Porque los pericos, entonces, tampoco se tomaron con calma su fichaje por el eterno rival. Se hablaba de “traición”, de “intereses bastardos”, de “coqueteos indignos con el F. C. Barcelona”, como él mismo cita en su carta. Y ante ese ruido, Zamora quiso dejarlo claro: su sitio, su casa, su escudo, era el del Espanyol. El del club que le dio la oportunidad de empezar y el que, cuando volvió, lo acogió con los brazos abiertos.
Es cierto que después acabó fichando por el Real Madrid, en un traspaso récord para la época —150.000 pesetas, una locura—. Pero Zamora nunca renegó del Espanyol. Más bien al contrario. Cuando colgó los guantes y dejó los banquillos, se quedó trabajando para el club perico hasta prácticamente el día de su muerte, en 1978. Hay una plaza con su nombre en Sarrià y un trofeo en su honor que se sigue entregando hoy al portero menos goleado de la liga.
Así que sí, la historia de Ricardo Zamora no es calcada a la de Joan García. Pero deja una enseñanza valiosa: no todo lo que brilla en el escaparate azulgrana es oro. Y a veces, los errores de juventud pesan más con el paso de los años que con la emoción del momento.
Joan tiene ahora la oportunidad de decidir su camino. Pero también tiene el espejo de una leyenda que, después de probar suerte en el Barça, volvió a Sarrià para reconocer que nunca debió marcharse. Una historia que no es nostalgia. Es memoria. Y conviene no olvidarla.
