En tiempos donde los traspasos se cierran por cláusulas y las decisiones parecen dictadas por comisiones, recordar figuras como la de Pepe Mauri no solo reconforta: también sirve de brújula. Mundo Deportivo ha recuperado una historia que el espanyolismo haría bien en no olvidar, sobre todo tras la polémica salida de Joan García rumbo al FC Barcelona. Y es que, frente a la elección del portero de Sallent, hay quienes, como Mauri, optaron por la dignidad y la palabra dada, por encima del dinero o el escaparate.
Corrían los años 50. Pepe Mauri, futbolista del Europa, ya había llegado a un acuerdo de palabra con el Espanyol. Según el testimonio recogido por Xavier Muñoz en Mundo Deportivo, lo hizo dándose la mano con el entonces directivo Francesc Perelló. Nada firmado. Solo el compromiso. Y justo entonces, apareció el Barça con una oferta superior. Pero Mauri no dudó: “No, gracias”, respondió con educación. Y añadió lo que hoy resuena con fuerza: “Ya soy perico”.

Esa frase, tan sencilla como contundente, hoy cobra aún más valor. Porque mientras Joan García besaba el escudo en su último partido y días después cerraba su fichaje por el eterno rival, Pepe Mauri mantuvo intacto el sentido de pertenencia, incluso antes de vestir oficialmente la blanquiazul. No solo honró su palabra. Honró al club.
Pepe Mauri, nacido en 1930 en Barcelona, llegó a Sarrià en 1951 y defendió la camiseta del Espanyol durante seis temporadas, compartiendo vestuario con leyendas como Julián Arcas. Su tío Teodoro ya había sido jugador del club en los años 20, y esa herencia familiar se mantuvo con su hijo Eduard Mauri, extremo en los años 80 y posteriormente médico del primer equipo. Como si no fuera suficiente, Eduard también formó parte del cuerpo técnico de Pep Guardiola en el Manchester City, cerrando un curioso círculo entre ADN blanquiazul y éxito internacional.
Tras su etapa como jugador, Pepe Mauri siguió vinculado al club como secretario técnico, entrenador, ojeador y consejero. Una vida entera dedicada al Espanyol, desde el césped hasta los despachos. Y sí, acabó su carrera como jugador en el Levante, donde incluso fue Pichichi de Segunda división, pero su lealtad al Espanyol jamás se puso en duda. Tal y como recuerda el excelente trabajo de Dani Monteserín en Hall of Fame Perico, su legado es de los que merece ser contado una y otra vez.
Eso sí, el espanyolismo no siempre supo estar a la altura. En 1998, se organizó un partido homenaje en el Estadi Olímpic de Montjuïc entre el Espanyol y una selección de la Liga de las Estrellas. El escenario era perfecto, la intención era buena… pero la respuesta del público fue fría. Apenas unos pocos miles acudieron a rendir tributo a uno de los nuestros. Una deuda pendiente que, con el tiempo, duele más.
Ese día, el Barça también se cobró su particular venganza: el club azulgrana se había comprometido a prestar cuatro jugadores para ese partido, Vitor Baía o Busquets, Couto, Óscar y De la Peña, y al final ninguno de ellos acudió al homenaje, según el Barcelona por “motivos médicos”. Evidentemente, una mentira más de ese club que presume una vez y otra de valors.
Hoy, mientras el nombre de Joan García genera división y frustración, el de Pepe Mauri debería servir como ejemplo. No solo por lo que hizo, sino por lo que representa: la idea de que el Espanyol no es una estación de paso, sino un lugar al que se llega y al que se debe. Y que la fidelidad, en el fútbol, aún puede tener nombre y apellido.
