El FC Barcelona afronta cada vez más obstáculos para operar en el mercado nacional, y no por falta de liquidez únicamente, sino por el creciente deterioro de sus relaciones con clubes como el RCD Espanyol y el Athletic Club, dos entidades que han optado por cortar todo puente de negociación directa. La única vía que hoy contemplan es clara y taxativa: cláusula de rescisión o nada. Y eso, en el contexto económico actual del club azulgrana, supone una dificultad añadida de gran peso.

La reciente operación por Joan García es el mejor ejemplo de este nuevo paradigma. El Barça ha ordenado el pago íntegro de la cláusula del guardameta -25 millones de euros, más el ajuste por IPC, que eleva el coste final a 26,4 millones- sin posibilidad de entablar negociación alguna con el Espanyol. El club blanquiazul, profundamente molesto por las formas empleadas y por el fondo de la operación, rechazó cualquier tipo de diálogo desde el inicio. La decisión fue firme y rotunda: no habría venta pactada ni condiciones flexibles, solo la ejecución unilateral del contrato.
Este cierre de puertas no se entiende sin el contexto reciente. Las relaciones institucionales entre el Espanyol y el FC Barcelona atraviesan su peor momento en años. A nivel simbólico, hay dos episodios recientes que explican el distanciamiento: las celebraciones de los títulos ligueros del Barça en el RCDE Stadium, en 2023 y en 2025. Especialmente polémica fue la del curso 2022-23, con una celebración sobre el césped que muchos consideraron una falta de respeto deliberada. El entonces equipo dirigido por Xavi Hernández festejó el alirón en el círculo central, generando una respuesta airada de la afición perica, con invasión de campo incluida. El episodio dejó una cicatriz profunda, institucional y emocional.
A eso se suman los constantes gestos que desde el entorno azulgrana se perciben como provocaciones. Las declaraciones de Gerard Piqué, en 2018, cuando se refirió al “Espanyol de Cornellà” en tono despectivo, aún resuenan entre la afición perica.
El ex defensa del Barça no se limitó a aquel comentario: tras marcar un gol en un derbi liguero en el RCDE Stadium, mandó callar a la grada blanquiazul con un gesto que tensó todavía más una relación ya deteriorada. Aquella etapa marcó un antes y un después en la percepción mutua entre clubes y aficiones.
La marcha de Joan García al eterno rival no ha hecho sino acentuar ese distanciamiento. Incluso en el plano interno, el club espanyolista prefería que el jugador optara por la Premier League, donde también tenía ofertas, en lugar de protagonizar un traspaso que resulta especialmente doloroso para su masa social. No lo logró. Pero sí logró que el Barça tuviera que asumir el coste total del fichaje sin ningún tipo de interlocución con la entidad.
Una situación similar se da en Bilbao. El FC Barcelona lleva meses tanteando la posibilidad de incorporar a Nico Williams, uno de los activos más valiosos del Athletic. El club vasco, firme en su postura, se remite exclusivamente a la cláusula de rescisión del jugador: 58 millones de euros, sin margen para el pacto o la rebaja. En Lezama no han olvidado el fichaje de Iñigo Martínez en 2023, que abandonó San Mamés a coste cero tras múltiples rumores alentados desde el entorno culé. Tampoco ha sentado bien la insistencia mediática sobre Nico, percibida como una falta de respeto a la institución.
El propio presidente del Athletic, Jon Uriarte, ha sido contundente en sus mensajes. Tras una nueva fricción con el FC Barcelona en 2024, vinculada a decisiones federativas y a casos como el de Dani Olmo, Uriarte denunció públicamente la existencia de “situaciones que no son buenas para el fútbol español” y subrayó que “las normas deben cumplirse por igual”. La tensión se hizo más visible tras el último partido liguero en San Mamés. La ausencia de felicitación formal por parte del presidente rojiblanco ante su recién logrado título de Liga fue interpretada por el entorno azulgrana como un desplante. Enric Masip, asesor de Joan Laporta, expresó su malestar: “Muy decepcionado con la afición del Bilbao. Por la silbada en el pasillo y por no felicitar al presidente. No nos lo merecemos”.
El trasfondo es claro: en ambos casos, los clubes han dejado de ver al Barça como un socio con el que se puede negociar. El historial reciente de episodios tensos, la forma de operar de Laporta y las actitudes percibidas como arrogantes han erosionado la confianza hasta el punto de romperla.
Así está el panorama. Espanyol y Athletic han trazado una línea clara: si el Barça quiere jugadores, que los pague al contado, sin facilidades, como marca el contrato. Cualquier otra vía está bloqueada. No es solo orgullo. Es también un aviso: el fútbol no es una barra libre donde uno puede fichar lo que quiere sin consecuencias. Las formas, el respeto y la dignidad también juegan. Aunque en Can Barça aún parezca que no se han enterado.



