Lo de José Gragera en el Espanyol tiene pinta de irse apagando sin ruido, protagonizando una de esas historias que empiezan con ilusión y acaban con un silencio incómodo. Porque a día de hoy, el centrocampista asturiano está más fuera que dentro del proyecto de Manolo González, aunque siga formando parte de la plantilla. Su situación ya no admite dobles lecturas y el técnico, con la sinceridad que le caracteriza, lo explicó en Sabadell sin rodeos: “La situación es la que es, ya se habló con él, directo, como hice con Salvi hace un año, y se le comunicó la situación que hay. Lo lógico es que jueguen los jugadores que pensamos que van a estar seguro. Yo no voy a mentir, si veis que no juega no está lesionado, es que se ha hablado con él para su salida”.
La realidad es que Gragera no ha tenido minutos ni ante el Peralada ni contra el Girona. En el primer amistoso se quedó en el banquillo, en el segundo ni siquiera entró en la convocatoria. Y eso que físicamente está bien. Pero la decisión deportiva ya está tomada: no se cuenta con él.
Para entender cómo se ha llegado a este punto hay que echar la vista atrás. Gragera llegó al Espanyol en enero de 2023, procedente del Sporting de Gijón, en una operación que tuvo bastante peso económico en aquel momento: 2,8 millones de euros más un 30% de futura venta para el club asturiano. Era una apuesta con vistas al futuro. El club necesitaba un sustituto para Keidi Bare, lesionado, y empezaba a asumir que no podría retener a Vinicius Souza, cedido por el Manchester City Group. Así que Gragera venía a cubrir ese hueco a medio plazo… y a dejar beneficios más adelante. Un plan que, visto lo visto, se ha torcido por completo.
Porque aunque arrancó con protagonismo, todo cambió con una lesión tan molesta como difícil de gestionar: Hallux rigidus, una dolencia en el primer dedo del pie izquierdo. Tras intentar forzar, acabó operándose en noviembre y se estimó una baja de tres meses. Pero no volvió a jugar. Cuando recibió el alta médica, el equipo estaba inmerso en la lucha por no bajar a Segunda y él, sin ritmo, no tenía hueco. Fue convocado alguna vez, pero no sumó ni un minuto más en todo el curso; no juega desde el 19 de octubre de 2024, en San Mamés ante el Athletic Club.
Aun así, Manolo siempre tuvo buena opinión de él. De hecho, en las primeras diez jornadas del curso pasado jugó todos los partidos: siete como titular y tres desde el banquillo. Pero su sitio lo acabó ocupando Urko González de Zárate, fichado en enero, que se consolidó como el mediocentro por delante de la defensa. Y este verano, con Terrats ya fichado, Pol Lozano en dinámica ascendente y Edu Expósito con galones, Gragera se ha quedado sin sitio. Para colmo, el club quiere incorporar a dos centrocampistas más, uno de ellos para ocupar justo su perfil.
Lo grave para el Espanyol es que Gragera no quiere irse. Tiene contrato hasta 2028 y no está dispuesto a dar un paso atrás bajando a Segunda, que es lo que le ofrecen equipos como el Deportivo, el Leganés o el Zaragoza. Él quiere seguir en la élite, y esa decisión, absolutamente lógica y legítima, complica muchísimo una salida. El recuerdo reciente de Salvi Sánchez sobrevuela el caso: otro jugador al que Manolo fue claro desde el principio y que solo dejó el club cuando se le rescindió el contrato. Gragera va camino de lo mismo.
El problema de fondo es que el Espanyol pensaba rentabilizar su fichaje, no solo en lo deportivo, sino en lo económico. El contrato largo -cinco años y medio- tenía sentido para amortizar el coste y dar margen a una futura venta provechosa. Incluso se contempló pagar 800.000 euros más al Sporting para subir del 70% al 85% los derechos económicos. Pero todo eso hoy parece ciencia ficción. Con su actual valor de mercado desplomado, lesionado el año pasado y sin opciones de jugar este curso, el club no solo no ganará dinero con Gragera, sino que podría tener que asumir una rescisión que haría aún más amarga la operación.
Una apuesta de futuro que no salió. Un jugador con una clase evidente, que siempre ha tenido un buen comportamiento que parecía encajar pero ha acabado descolgado. Y una sensación de oportunidad perdida que, ahora mismo, pesa demasiado en los despachos de la Dani Jarque.




