En la zona sureste de Berlín, perdido entre árboles y lejos del bullicio del centro, se encuentra un estadio como ya no quedan. Se llama An der Alten Försterei, algo así como La vieja casa del guarda forestal, y es el templo de un club que no solo juega al fútbol, sino que cuenta una historia. Ahí, donde el Espanyol pondrá fin esta tarde a su mini gira por Alemania -tras medirse el miércoles al Wolfsburg- se respira algo más que pasión: se respira identidad. Y de la buena. Alberto Doblaré, responsable de la comunicación en español del conjunto alemán, ha explicado en La Grada Ràdio algunos detalles de esta entidad, que también desarrollamos en este artículo..

Jugar en casa del Union Berlin no es cualquier cosa. No solo por el rival que tienes delante, que en los últimos años ha escalado como un cohete hasta colocarse en zona Champions, sino por todo lo que representa enfrentarse a un club que, literalmente, fue reconstruido por sus propios aficionados con sus manos, su tiempo… y hasta su sangre. Sí, como lo lees.
Un club forjado en la lucha
Fundado en 1906 bajo el nombre de FC Olympia Oberschöneweide, el Union fue siempre un club de barrio, de trabajadores, de gente que se ensucia las manos. En los años 60, cuando Alemania aún estaba partida en dos por culpa del Muro, renació bajo el nombre de FC Union Berlin y pasó a ser el equipo del pueblo, en contraposición al temido Dynamo, sostenido por la Stasi, la feroz y temida policía secreta del régimen. Mientras unos se llenaban de títulos bajo sospecha, los otros llenaban las gradas con cánticos contra el sistema: “Puede caer”, gritaban, cada vez que el árbitro colocaba una barrera. La metáfora era tan clara que ni hacía falta explicarla.

Union no ganaba, pero resistía. Y esa resistencia, esa mezcla de romanticismo y rebeldía, los fue moldeando. Cuando todo se puso feo, en 2004, y el club estuvo al borde del colapso, fue su gente la que saltó al rescate. Literal. Lanzaron la campaña “Sangre por Unión”, en la que los aficionados donaban sangre (en Alemania se remunera) para recaudar fondos. Y cuando eso no fue suficiente, un fanático de los de verdad, Dirk Zingler, se convirtió en presidente e inyectó el dinero que faltaba.
Un estadio construido por el corazón
El mismo Zingler, junto a los socios, fue clave en otro episodio mítico: la reconstrucción de An der Alten Försterei en 2008. El club no tenía dinero, así que más de 2.000 voluntarios lo reformaron con sus propias manos. Se calcula que entre todos sumaron más de 140.000 horas de trabajo. El resultado no fue solo un estadio funcional, sino un símbolo. Un lugar donde el 90% de los hinchas ven los partidos de pie, hombro con hombro, como si aún estuvieran luchando por algo.

Y si aún dudas de lo que representa este club, basta recordar la imagen de aquel ascenso a la Bundesliga en 2019. Cuando se consumó, en el partido de promoción ante el Stuttgart, sus hinchas invadieron el campo entre lágrimas, risas y cervezas. Pero antes, cuando ya se intuía que lo lograrían, sacaron una pancarta que lo decía todo: “Scheiße… wir steigen auf!” («¡Mierda, vamos a ascender!»). Era una mezcla de ilusión y temor. ¿Y si perdemos lo que somos, nuestra identidad propia, al llegar tan arriba?
Hoy, un cuento de hadas en la élite
Pues no. No lo han perdido. Union Berlin sigue siendo ese club que no se vende, que no negocia su alma y que aún canta villancicos en el estadio por Navidad, como hacen desde 2003, cuando solo eran 89 personas. Hoy son más de 25.000, linterna en mano, voz en cuello y corazón en alto.

Deportivamente, lo del Union es para aplaudir. En apenas cuatro temporadas en la Bundesliga han pasado de salvarse a meterse en Conference, luego en Europa League y, finalmente, en Champions, cuando hace un par de temporadas compartieron grupo con el Real Madrid y el Nápoles. Poco más que añadir.
El Espanyol, ante un espejo donde mirarse
Para el Espanyol, la de esta tarde es una buena piedra de toque para ver cómo responde el equipo ante un rival intenso, sólido y con alma competitiva. Aunque esta tarde, más allá del resultado, será una oportunidad de vivir el fútbol como debería vivirse siempre: de pie, con la gente, y con el alma intacta. Como sucede cada día de partido en casa del Union Berlin.