El fútbol tiene esas cosas que lo hacen imprevisible. Contra el Atlético de Madrid, los goles del triunfo del Espanyol no llegaron ni de Puado ni de Jofre ni de algún nombre mediático. Los protagonistas fueron Miguel Rubio y Pere Milla, dos futbolistas a los que muchos miraban de reojo, pero que acabaron escribiendo la primera gran alegría de la temporada.
El caso de Rubio es de manual: debutaba como perico, saltó al campo en el minuto 66 y en la primera pelota que pudo cazar dentro del área, la mandó dentro. El central madrileño había llegado libre del Granada, casi como un fichaje de prevención de Garagarza por si el Espanyol bajaba a Segunda. Había sonado incluso para salir cedido, pero de golpe se ha ganado un hueco en los planes de Manolo con una pretemporada en la que se ha ganado a pulso un sitio en la plantilla y rubricándolo con un gol de esos que cambian la percepción. Su historia recuerda que en el fútbol no hay papeles menores: en un par de minutos puede pasar de “fichaje de relleno” a candidato a la titularidad.
El otro protagonista fue Pere Milla, un viejo conocido de la afición. Llegó en un verano complicado, con la mochila de haber costado dinero en un mercado con muy poco margen. Ese peaje le pesó, porque desde el principio se le exigió ser diferencial y no siempre lo fue. Pero si algo tiene el de Lleida es olfato para aparecer cuando más falta hace. Ya fue importante en la recta final del curso del ascenso y también firmó uno de los goles que aseguraron la permanencia en la última jornada la pasada temporada. Y frente al Atlético volvió a demostrarlo: un cabezazo imposible marca de la casa que puso el 2-1 y desató la locura en Cornellà.
Que fueran precisamente Rubio y Milla los que firmaran la remontada tiene una lectura clara en clave de vestuario. Manolo González lo explicó después del partido: este año no quiere secundarios. Su mensaje es que todos deben sentirse importantes, porque realmente lo son. Para el técnico, da igual si juegas 90 minutos o entras un rato: lo fundamental es que, cuando toque, estés preparado para correr, espabilar y dar la cara como en la segunda parte contra el Atlético.
El discurso casa perfectamente con lo que pasó sobre el césped. No fueron las estrellas quienes decidieron el choque, sino dos futbolistas que muchas veces han tenido que escuchar dudas sobre su papel. Y ahí está la esencia de este Espanyol: un equipo en el que cualquiera puede ser protagonista y donde la diferencia se marca desde el esfuerzo colectivo.
Rubio y Milla lo saben bien. El primero, porque ha cambiado un destino que parecía apuntarle a la puerta de salida. El segundo, porque ha pasado de ser pitado en Cornellà -cómo olvidar aquel recibimiento cuando aún no había ingresado en el campo ante Osasuna- a volver a celebrar goles decisivos con la grada. Historias distintas, pero un mismo mensaje: el Espanyol no se explica solo con titulares de lujo. Se explica también con los que esperan en silencio, con los que entran desde el banquillo y con los que, como en este arranque, acaban escribiendo la página más importante del día.



