El Espanyol regresa este viernes a Montilivi, el mismo escenario donde hace un año sufrió una de las derrotas más duras de su historia reciente: un 4-1 que, más que hundir al equipo, sirvió para poner a todos frente al espejo.
Aquella tarde no solo dolió por el resultado, también por lo que significó: ver a un Espanyol desbordado, sin respuestas y con su entrenador, Manolo González, viviendo por primera vez en su carrera la sensación real de estar a un paso del despido. “Cuando pierdes en Girona como pierdes es otro momento en el que tú puedes sentir que a lo mejor es el día que te puedes ir”, reconocería después el técnico gallego, todavía con la voz cargada de emoción.
Manolo, al borde del abismo
Hasta ese día, Manolo González presumía de un récord curioso: nunca había sido destituido en tres décadas de carrera, desde sus primeros pasos en juveniles hasta su llegada a la élite. Pero el desastre de Montilivi le puso frente a un escenario inédito. “Ese día vi las orejas al lobo”, admitió más tarde. Se rumoreó que el club llegó a plantearse seriamente su cese, y no fueron pocos los que vieron su continuidad pendiendo de un hilo.
Replanteamiento en vestuario perico
Aquel 4-1 no se quedó en un simple marcador abultado. Fue la chispa que obligó a plantilla y cuerpo técnico a sentarse y hablar claro. ¿Qué éramos? ¿Cómo queríamos jugar? ¿Qué necesitábamos cambiar? De ese debate nació un replanteamiento que transformó al equipo: líneas más juntas, defensa con menos concesiones, balón parado trabajado al detalle y, sobre todo, un compromiso colectivo que se reflejó en cada partido posterior. Así lo adelantaba Manolo en la previa del sigueinte partido ante el Celta:
Desde entonces, el Espanyol dejó de ser un bloque endeble para convertirse en un conjunto reconocible y competitivo.
Una afición que dijo basta
La goleada de Girona también encendió a la grada blanquiazul. Los cánticos de “jugadores mercenarios” y “directiva dimisión” viajaron de la zona visitante a los micrófonos y terminaron por señalar a una propiedad, la de Chen Yansheng, que ya entonces estaba en entredicho. El enfado fue mayúsculo, pero a la larga se convirtió en gasolina para un vestuario que entendió que no podía seguir regalando partidos. Montilivi fue la humillación que abrió la puerta al cambio.
El contraste de un año después
Hoy, el Espanyol llega de otra manera. Con cicatrices, sí, pero con la moral alta tras el empate agónico frente al Valencia (2-2) gracias al cabezazo de Javi Puado en el 95’. El Girona, en cambio, aterriza en el derbi con números rojos: solo tres victorias en los últimos 25 partidos de Liga, quince puntos sumados de los últimos 75 y un balance de 20 goles a favor y 51 en contra entre la segunda vuelta del curso pasado y lo que va de este. Mientras los rojiblancos tratan de apagar un incendio, los pericos vuelven a Montilivi con la sensación de haber sobrevivido al suyo.
Revancha en Montilivi
El partido de este viernes no será uno más. Para el Espanyol es la oportunidad de cerrar un círculo: volver al lugar del desastre, pero ahora con otra cara. Y para Manolo González, es casi un recordatorio personal de que aquel día en Girona estuvo a punto de ser el final… y terminó siendo el principio de su consolidación en Primera. Montilivi, por tanto, será escenario de revancha, memoria y orgullo.




