Hay personas que encarnan tan bien lo que es el espanyolismo que casi no hace falta presentarlas. Tomás Silva se convirtió en un símbolo de lo que es el Espanyol la pasada temporada cuando cruzó medio planeta para estar en el partido decisivo por la permanencia ante la UD Las Palmas. Lo hizo solo, con el escudo en el pecho y la emoción en los ojos. Y este jueves, volvió a conectar con la familia perica en La Opinión del Día de La Grada Ràdio, dejando un testimonio que mezcla pasión con lucidez, ilusión con sentido común.
“Estoy bastante emocionado e ilusionado con los nuevos tiempos que se vienen para el Espanyol, con el cambio de propiedad, los fichajes…”, arrancaba Tomás con una sonrisa. “No recuerdo una época reciente en que los pericos hayamos tenido tanta expectativa en un mercado; esta situación es emocionante, no la vivimos hace tiempo”. Su entusiasmo es contagioso, pero no ingenuo. Silva, que se dedica profesionalmente a las altas finanzas, sabe que los buenos proyectos se sostienen en más que solo emociones: se construyen con estrategia, visión y responsabilidad.
Le brillan los ojos al hablar de jugadores como Ramon Terrats, “que son tan pericos como nosotros”. Y lanza un deseo que también es una predicción optimista: “Ese año deberíamos superar tranquilamente los 30.000 abonados, la afición perica sabemos que es la mejor del mundo”. Una frase simple, pero cargada de verdad para cualquiera que haya vivido un domingo en el RCDE Stadium o seguido al equipo desde la distancia con el alma en vilo.
Pero lo más interesante del discurso de Tomás, quizá, llega cuando mezcla su amor por el club con su conocimiento profesional. “Yo lo que le pediría a la nueva propiedad, a Alan Pace, es que mantenga esta renovada ilusión que tenemos todos, pero con responsabilidad, no me gustaría que sea pan para hoy y hambre para mañana”. A buen entendedor, pocas palabras: hay ilusión, sí, pero hay que gestionarla con cabeza.
Silva propone ideas claras, con visión global: “Hemos de aprovechar este impulso mediático que estamos teniendo incluso en Estados Unidos, donde estrellas de la NFL hablan del club, saludan, en Inglaterra…”. Y pone el foco también en el valor que aún puede tener Rastar como accionista: “Tratar de capitalizar de alguna manera todo lo que se veía en China, donde los partidos del Espanyol eran de los más vistos”. Ideas como los naming rights del estadio, acuerdos comerciales, mejor acceso al merchandising desde el extranjero o facilidades para que los pericos del mundo se asocien, forman parte de su propuesta para crecer sin perder la identidad.
“Hay muchas personas que quieren al Espanyol, a las que nos gustaría ayudar, involucrarnos de manera desinteresada”, comenta con humildad. Y pide a la nueva propiedad que sepa leer ese entusiasmo global y convertirlo en lo que toda institución deportiva necesita: ingresos sostenibles.
La última parte de su intervención es, simplemente, una carta de amor al club: “Yo no quiero regresar a épocas de un Espanyol endeudado que después tenga problemas económicos que afecten a la viabilidad de la institución; yo quiero un club saneado económicamente y que crezca de manera orgánica y sostenible”. Una reflexión que cualquiera firmaría.
Y cierra con fuerza, como solo lo haría alguien que ha cruzado medio mundo por sus colores: “Eso es lo que le pediría a la propiedad: que nos renueven la ilusión, que crezcamos institucionalmente, que fortalezcamos los vínculos del espanyolismo en todo el mundo con el club y juntos llevar a la institución que tanto queremos allá donde merece. Vamos, que todos juntos no nos para nadie”.