A menudo la imagen nos engaña. Vemos al futbolista de élite, levantando trofeos, aplaudido por millones y cobrando cifras que se escapan a la lógica… pero detrás de todo eso, también hay personas. Con sus miedos, sus luchas y sus noches oscuras. Andrés Iniesta, que nos hizo llorar de emoción con aquel golazo en Sudáfrica, nos hace llorar otra vez, pero por dentro. Esta vez, con las páginas de La mente también juega, el libro que recoge sus memorias y que ya está en las librerías (editorial Espasa).
En él, el de Fuentealbilla habla sin tapujos sobre un episodio de depresión severa que sufrió en 2009. En plena cima, cuando desde fuera parecía que no le podía ir mejor, por dentro algo se rompió. Y no sabía ni por qué. “De repente empiezas a encontrarte mal. No sabes el motivo, pero te sientes mal. Un día y otro también. No mejoras”, recuerda con una sinceridad desarmante.
Lo más desesperante era que, aunque se hiciera todo tipo de pruebas, no aparecía nada físico. No había diagnóstico. Solo vacío. “Te hacen un montón de pruebas médicas y nada indica que exista algún problema, y tú no estás bien. No paras de darle vueltas en la cabeza a esa situación que resulta absolutamente desconocida para ti”. Y claro, sin saber qué está pasando, la ansiedad entra en escena y lo complica todo aún más: “Ese desconocimiento se agrava aún más con la ansiedad”.
Con esa losa invisible encima, Iniesta empezó a vivir una doble vida. Por dentro estaba roto, pero por fuera todo tenía que parecer normal. “Cuando estaba fuera de mi casa, era como si estuviera mintiendo a los demás. Ellos no sabían nada. Ni debían saberlo. Por eso, evitaba ciertas situaciones en las que me encontraba incómodo”.
En casa, en soledad, aparecía la verdad. “Entonces, me metía en la ducha y lloraba. Lloraba sin que me viese nadie”. Una frase que duele leer. Y cuando parecía que no podía ir a peor, la vida le dio otro golpe brutal: la muerte de Dani Jarque, su amigo de toda la vida y eterno capitán del Espanyol. “Cuando me lo contaron me quedé helado. Viví unos días terribles, porque Dani era mi amigo desde hacía mucho tiempo. A partir de ahí todo se precipitó… Todo se volvió muy oscuro”.
Los pericos lo sabemos bien. Lo que supuso aquella pérdida. Para nosotros, para el fútbol… y también lo que significó para Andrés. Porque sí, aquella camiseta que enseñó al cielo tras marcar en la final del Mundial, con el “Dani Jarque siempre con nosotros”, no era un gesto vacío. Era un grito desde las entrañas.
En medio de tanta oscuridad, dos cosas le sujetaron: el fútbol y su mujer: “Anna me resucitó. Pero lo hizo desde el momento en que la conocí. Fue un flechazo. Me enamoré de ella completamente. Estaba viviendo entonces un período que no era nada agradable, pero Anna me devolvió la ilusión. Fue maravilloso haberme cruzado con ella en el camino”. En 2012, se casaron.
Y el fútbol, claro. Su pasión desde crío. “Nunca, ni un solo día, y fueron muchos meses, me dije: ‘No, no quiero ir a entrenar. Me quedo en casa y punto’”. Aunque le costara un mundo, aunque no tuviera fuerzas, el fútbol era esa pequeña luz entre tanto gris. “Tal vez empecé muy fuerte con la medicación, quizá demasiado, todo influye, pero sentir que quería ir a entrenar, era como un pequeño y oculto triunfo para mí”.
La mente también juega no es solo el título de un libro. Es una verdad como un templo. Porque todos jugamos ese partido cada día. Y lo que ha hecho Iniesta no es solo contarlo: es marcar otro gol. Uno distinto, pero igual de valioso.
