Este jueves, el Espanyol visita en Copa del Rey al Atlético Baleares, un equipo que puede que no suene demasiado a quien solo mira la Primera división, pero que lleva más de un siglo dejando huella en el fútbol balear. Y no solo por lo deportivo. Lo del Baleares, como se le conocía hace años, es algo más profundo. Un club de los de toda la vida, con raíces humildes, que nació del esfuerzo colectivo de los trabajadores de Palma y que hoy, tras muchas décadas de lucha, vive una etapa de contrastes.
Un origen en los talleres de la ciudad
Marc Mosull publicaba esta semana en Ara una pieza que vale la pena leer para conocer mejor la esencia de este equipo. La historia del club arranca en los años veinte, cuando dos equipos con base en el mundo obrero decidieron unirse. Uno venía de los astilleros de Isleña Marítima, el otro de una fundición metalúrgica. De esa fusión nació lo que hoy conocemos como Atlético Baleares. El historiador Manel García Gargallo lo cuenta muy bien en su libro, donde explica que justo después de que se aprobara la jornada laboral de ocho horas, los trabajadores de la isla empezaron a jugar a fútbol. Así de sencillo. Así de potente.

De los campos a los ideales
En esos primeros años, el Baleares se convirtió en el club de la clase trabajadora de Palma. El otro equipo de la ciudad, el RCD Mallorca, tenía un perfil más conservador, incluso monárquico, y entre ambos nació una rivalidad que iba más allá del terreno de juego. No eran solo partidos. Eran dos formas de entender la vida. En 1921 ya se dieron de lo lindo en un amistoso que acabó en batalla campal. Aquello no era solo fútbol.

El espíritu de la resistencia
Con la llegada de la Guerra Civil, muchos jugadores del Baleares intentaron participar en la Olimpiada Popular de Barcelona, una alternativa a los Juegos Olímpicos de Berlín. Pero no llegaron. El alzamiento militar lo impidió y muchos de ellos acabaron en el exilio o luchando en el frente. Una parte de la historia del club que siempre ha estado presente, aunque no se mencione tanto.
Un estadio construido entre todos
El Estadi Balear, donde se jugará el partido de Copa, también tiene su historia. Fue construido en 1960 gracias a una cooperativa de pequeños accionistas. Una especie de crowdfunding sin internet, donde cada uno aportaba lo que podía para levantar el estadio. Un esfuerzo colectivo que demuestra hasta qué punto este club ha sido, desde siempre, cosa del pueblo.

Entre la memoria y el presente
Con el paso de los años, las cosas cambiaron. El club fue profesionalizándose, vivió etapas muy duras, rozó la desaparición y acabó en manos de un empresario alemán, Ingo Volkmann, que lo rescató de la ruina en 2014. Gracias a su inversión, el Baleares pudo recuperar el estadio y soñar con regresar al fútbol profesional. Muchos reconocen su gestión, hasta el punto de que el 77% de los socios aprobaba hace sólo unos días darle su nombre a la grada principal del estadio que remozó cuando se caía a pedazos.

Pero no todo el mundo ha visto con buenos ojos este giro. Según explicaba esta semana Marc Mossull en Relevo, hay parte de la afición que siente que se ha perdido algo por el camino.
Una afición dividida
Algunos seguidores, en especial los integrantes del grupo ATB Fanatiks, critican que la nueva etapa ha dejado de lado el legado del club. Aseguran que se ha diluido su esencia, que ya no se habla tanto de aquel pasado obrero que lo hizo distinto. También han surgido tensiones por posturas públicas del propietario que han generado malestar en un sector que sigue defendiendo los valores originales de la entidad.
Lo que ha creado más polémica en torno a la figura de Volkmann es su implicación en un canal de Telegram donde, según diversas informaciones, promueve mensajes de carácter reaccionario y racista. Se le atribuye un respaldo público al partido alemán AfD, además de simpatías hacia líderes como Donald Trump y posturas favorables al gobierno de Netanyahu en el conflicto de Palestina. En ese espacio digital, también habría atacado símbolos del colectivo LGTBIQ+ y llegado a banalizar el nazismo.
Estas actitudes han generado malestar en parte de la afición, que siente que se está desdibujando el legado social y progresista del Atlético Baleares. No hay una fractura abierta como demuestra el apoyo casi unánime a Volkmann en las citadas votaciones, pero sí miradas diferentes hacia lo que debe ser el futuro del club.
El silenci és còmplice.
La nostra història, el nostre orgull pic.twitter.com/h0q4unzbQV
— Fanàtiks ATB (@ATBFanatiks) September 17, 2025
Un club que sigue adelante
Aun con todo, el Baleares sigue vivo. Muy vivo. Con un equipo competitivo, un estadio remodelado y un entrenador, Luis Blanco, que conoce bien al Espanyol. El partido de este jueves será, para muchos, solo un cruce copero. Pero para otros, será una forma de rendir homenaje a una historia que va más allá del balón. Una historia de trabajadores, de resistencia, de gente que jugaba al fútbol cuando por fin tuvo tiempo para hacerlo.
