Carlos Romero se ha convertido, por méritos propios, en una de las grandes noticias del Espanyol esta temporada. Y lo ha hecho desde la honestidad, desde el trabajo constante y, sobre todo, desde la capacidad para mirarse al espejo, detectar errores y corregir el rumbo. Algo que no todos los futbolistas jóvenes están dispuestos a hacer.
Hace apenas unas semanas, el lateral valenciano reconocía sin rodeos que se había relajado y que ese bajón se notó en su rendimiento defensivo. Lejos de escudarse en excusas o buscar culpables externos, asumió la responsabilidad y respondió como se responde en este club: con trabajo. Desde entonces, no ha parado de crecer. Ha recuperado la intensidad, la concentración y la personalidad que le hicieron ganarse el puesto, y ahora mismo es el dueño absoluto del carril izquierdo.
Su rendimiento en los últimos encuentros ha sido sobresaliente, con actuaciones como la firmada ante el Betis que refuerzan su condición de titular indiscutible. Pero más allá de lo defensivo, Carlos también ha aparecido en momentos clave en ataque. Fue él quien inauguró el casillero goleador del Espanyol esta temporada con su tanto ante el Rayo Vallecano en la jornada 4. Una diana que muchos pasaron por alto, quizá eclipsada por el gol de Alejo Veliz, pero que abrió un partido complicado y marcó tendencia.
Y, por supuesto, cómo olvidar su gol ante el Real Madrid. En un RCDE Stadium entregado, Carlos Romero marcó el tanto del triunfo en una noche inolvidable para la afición perica. Lo que debería haber sido un día de alegría completa, acabó manchado por una campaña mediática tan ruidosa como injusta: su entrada a Mbappé fue tachada de forma exagerada y hasta grotesca de “criminal”, y el acoso traspasó los límites del deporte hasta alcanzar incluso a su pareja en redes sociales. Un episodio lamentable que muchos denunciamos por lo absurdo y desproporcionado.
Pese a todo, Romero no se desvió un milímetro de su camino. Siguió compitiendo, callando bocas desde el césped, sin alardes ni aspavientos, con ese perfil bajo pero eficaz que tanto valoramos en este club. A sus 23 años, demuestra una madurez impropia de su edad y una comprensión muy clara de lo que significa vestir esta camiseta.
El gran pero, claro, está en su situación contractual. Carlos está cedido por el Villarreal sin opción de compra, y si nada cambia, su futuro inmediato pasa por regresar a La Plana al final de la temporada. Una perspectiva que inquieta, porque su impacto en el equipo va mucho más allá de lo futbolístico. Se ha ganado el respeto del vestuario, del cuerpo técnico y de la grada. Su perfil encaja con el proyecto. Y su compromiso ha sido ejemplar.
Por eso, muchos en el entorno blanquiazul no pierden la esperanza de que pueda encontrarse alguna fórmula para retenerlo. Porque futbolistas así, que crecen desde la autocrítica y se entregan como él lo hace, no sobran. Carlos Romero ha entendido lo que es el Espanyol. Y el Espanyol, sin duda, también ha entendido que jugadores como él son los que construyen equipos competitivos.
