Alan Pace y su grupo Velocity aterrizan en el Espanyol con la libreta limpia… pero el pasado pesa. Y mucho. Rastar y Chen Yansheng han dejado atrás una herencia que, aunque en las cifras finales suene aceptable (deuda controlada, estadio intacto, club vendible), está llena de errores que no pueden volver a repetirse. No es momento de cargar las tintas gratuitamente, pero sí de aprender. Porque para no volver a tropezar, lo primero es mirar bien dónde estaban las piedras.
Rastar llegó con promesas de grandeza. “Queremos jugar Champions en tres años”, llegaron a decir. Y aunque la frase ya suena a chiste entre pericos, no fue lo peor. Lo más grave fue la falta de proyecto. Durante años, el Espanyol fue una veleta sin rumbo, cambiando de entrenador casi cada temporada, con algunas direcciones deportivas que parecían tener más afinidad con ciertos agentes que con el club, y una toma de decisiones puramente reactiva. Nada de planificación a largo plazo, nada de blindar un estilo. Solo fuegos artificiales.
¿El mejor ejemplo? La temporada 2019-2020: cuatro entrenadores, millones invertidos en invierno y último puesto en la clasificación. Descenso. Humillante. Y el club, sin red. Lo que siguió fueron años de subidas y bajadas, con jugadores saliendo por debajo de su valor, sin recambios, sin jerarquía, sin alma. Y si miramos el presente, el símbolo más doloroso: la marcha de Joan García al Barça por necesidades económicas. El mejor producto de la Dani Jarque en los últimos años reforzando al eterno rival, sin poder hacer nada por evitarlo.
En lo económico, tampoco se puede decir que lo hicieran del todo bien. Rastar inyectó dinero, sí, pero a golpe de ampliaciones de capital sin un plan claro. Mucho crédito interno, pero poca visión de negocio. No se construyó marca, no se multiplicaron ingresos, no se potenció el RCDE Stadium como activo comercial. Se sobrevivió, pero sin crecer. El Espanyol era, en realidad, un proyecto aparcado.
Y si hablamos de sentimiento, el mayor pecado: romper el vínculo con la afición. Chen no pisaba el estadio, no hablaba, no daba la cara. La desconexión fue total. Durante dos años, el lema “Chen, Go Home” presidió las gradas, las calles y hasta la puerta del consulado chino. El club dejó de parecer del pueblo perico. Y cuando pasa eso, todo lo demás deja de importar.
Por eso, Velocity tiene ahora en su mano una oportunidad que no puede desperdiciar. Sabe que hereda un club con más luz que hace unos meses, pero aún lleno de heridas. Necesita ordenar la economía, sí, pero también ilusionar. Y eso empieza por cuidar el mensaje, con un lenguaje que entienda el socio y aficionado, por pisar el estadio, por responder a las preguntas sin esconderse detrás de comunicados institucionales.
Tampoco valdrá con llenar la plantilla de jugadores del Burnley sin sentido. El modelo multiclub puede sumar, pero Cornellà-El Prat no puede convertirse en un filial de nadie. Y la Dani Jarque no puede volver a ser una cartera a la que rascar cuando las cuentas no cuadran. Si hay que vender, que se explique. Si hay que invertir, que se note. Y si hay que apostar por los de casa, que se haga con hechos, no con palabras.
Porque si algo ha demostrado la historia reciente del Espanyol es que la afición no olvida. A Chen no se le echó por perder partidos. Se le echó por no entender qué representa este club. Por aislarse y por gestionar el Espanyol como si fuera una empresa cualquiera. Y no lo es. Nunca lo será.
Ahora le toca a Pace. Y el listón, aunque parezca bajo, está muy alto. Aquí no basta con prometer. Aquí hay que demostrar.




