A veces un partido no se entiende solo desde el resultado, ni siquiera desde el juego. El derbi entre Espanyol y FC Barcelona dejó mucho más que un 0-2 y una celebración liguera. Dejó una fotografía muy clara de cómo están las cosas entre dos clubes que comparten ciudad, pero no códigos ni maneras.
El Espanyol llegaba al duelo con la presión de tener que asegurar la permanencia, todavía pendiente, y en medio de un entorno emocional muy marcado. Apenas unas horas antes del encuentro, un atropello masivo en las inmediaciones del RCDE Stadium dejó a varios aficionados blanquiazules hospitalizados. Un episodio impactante, del que por suerte no hubo que lamentar víctimas mortales, pero que sí generó una fuerte conmoción en el espanyolismo. Y en ese clima, el Barça decidió que quería celebrar el título. En el césped. Frente a una grada que aún digería el susto.
El club perico decidió entonces activar los aspersores nada más terminar el partido, impidiendo así la celebración azulgrana sobre el terreno de juego. Desde algunos sectores del entorno culé se ha criticado esta decisión, acusando al Espanyol de boicotear un festejo. Pero nadie en esos mismos medios parece querer mencionar el contexto. Ni el atropello. Ni el respeto que merecía una afición herida, no solo en lo deportivo. Algunos jugadores del Barça, además, no ayudaron precisamente con gestos desafiantes hacia la grada. No todos, eso sí. Entre los que sí demostraron tener clase, destaca Hansi Flick, que intentó retirar a sus jugadores del césped visiblemente contrariado. Al menos alguien en ese vestuario entendió el momento. De Gavi, por ejemplo, se espera que algún día aprenda lo que significa el respeto.
En lo estrictamente deportivo, el Espanyol compitió durante buena parte del partido. Hasta el minuto 53, el plan de Manolo González estaba funcionando: equipo ordenado, agresivo en la presión y con transiciones peligrosas. Pero cuando tienes enfrente a un talento como Lamine Yamal, puede bastar una jugada aislada. Golazo, imposible de detener. Y poco después, la roja a Leandro Cabrera por una acción con el propio Lamine. El acta habla de “golpear con su brazo en el estómago de un contrario empleando fuerza excesiva, estando el balón en disputa entre los dos”, una redacción que limita la sanción a un partido. Así que Cabrera se perderá Pamplona, pero podría regresar ante la UD Las Palmas.
A pesar de la derrota, el Espanyol volvió a mostrar compromiso y solidez competitiva. Nada que ver con el derrumbe de Butarque. Esta vez, la derrota llegó por una cuestión de calidad individual del rival, no por falta de actitud. Y esa es la línea que debe mantener el equipo en la semana más importante del curso.
Con cinco puntos de ventaja sobre el descenso y solo seis en juego, el Espanyol depende de sí mismo para salvarse. Visita primero a Osasuna —con Vicente Moreno en el banquillo— y cierra la temporada en casa ante la UD Las Palmas, dirigida por Diego Martínez. Curiosamente, dos entrenadores con pasado reciente en el RCDE Stadium que ahora podrían ser jueces del destino perico.
La presión es máxima, pero Manolo González ya ha demostrado que sabe manejar finales. Lo hizo el curso pasado en Segunda, en un playoff agónico que se resolvió en el último suspiro. Y está en disposición de repetirlo. Ayer, además, ofreció una rueda de prensa ejemplar, en la que con serenidad pero con firmeza, puso al Barça frente a su propio espejo. Sin ruido, sin ataques gratuitos, pero con una claridad que muchos aficionados del Espanyol agradecen profundamente.
Pase lo que pase, Manolo ha defendido al club y a su gente con la dignidad que merecen. Y eso también cuenta. Ahora queda lo más importante: cerrar la permanencia. Y demostrar, una vez más, que este club sabe levantarse. Aunque a veces parezca que todo está en contra.