La derrota ante el Betis ha encendido ciertas alarmas en el entorno del Espanyol. Quizás no tanto por lo que dice la clasificación —que, en frío, aún ofrece un colchón de siete puntos sobre el descenso a falta de cuatro jornadas— sino por cómo se produjo el tropiezo: con ventaja en el marcador, en casa pero rodeados de una muchedumbre verdiblanca que se dejó ver cuando el marcador le pasó a ser favorable, y dejando escapar un partido que parecía bien encaminado. La decepción fue profunda, y el golpe anímico, difícil de disimular.
Era un choque entre dos dinámicas sólidas: el Espanyol encadenaba diez partidos sin perder en casa desde octubre, mientras que el Betis acumulaba siete salidas sin conocer la derrota. El encuentro era, sobre el papel, una prueba exigente, y desde el club ya se advertía de los peligros. Rafa Marañón, consejero de la entidad, lo decía antes del pitido inicial: “Hay un poco menos de sentimiento porque parece que las cosas parecen más arregladas que antes, pero el peligro está ahí y hemos de echar toda la carne en el asador porque el Betis es un gran equipo. Hemos de ganarles pero bien, ganar a un grande te hace grande. No me gusta hablar de Europa, si Manolo dice que no le gusta me apunto a ese carro. Claro que me gustaría, pero pensar tanto hace que te quedes dormido”. Y no le faltaba razón.

En la grada, sin embargo, empezaban a sonar ecos de Conference League. Los 42 puntos que sumaba el equipo al descanso abrían la puerta al legítimo optimismo. Pero los dos goles béticos en la recta final dejaron al equipo sin premio y a la afición sumida en un estado de frustración que no se corresponde del todo con la realidad de la tabla, pero que sí explica la sensibilidad con la que se vive cada resultado en este tramo de temporada. La permanencia, hoy por hoy, no está comprometida, pero el miedo ha vuelto.
Parte del enfado viene por la sensación de haber entregado el partido en los últimos minutos. Las miradas se dirigen hacia Manolo González, señalado por algunos por la gestión de los cambios o por no haber encontrado la forma de frenar el empuje del rival. Pero el propio técnico ya avisaba que el ánimo del perico es ciclotímico: “Un día eres Travolta y al siguiente, Manolo“. Y lo cierto es que, más allá del debate táctico, el Betis ganó el partido desde el talento. Jugadores de nivel superior, como los que tiene Pellegrini, marcan diferencias en segundos. Y eso fue exactamente lo que ocurrió.

Sí hubo errores propios. El Espanyol pudo matar el partido y no lo hizo. Jugadores como Jofre, con toda su entrega, siguen cometiendo fallos en momentos clave, y Král se pierde con demasiada facilidad en campo contrario. Pero sería injusto no reconocer que el equipo, más allá del revés final, compitió hasta el límite. Que no se descompuso ni se rindió. Que está jugando con lo que tiene, que no es poco, pero tampoco le sobra.
La realidad es que este Espanyol ha pasado del abismo a tener la salvación en su mano. Y aunque perder dos partidos seguidos (Villarreal y Betis) duele, el margen sigue siendo más que razonable. Quedan cuatro jornadas: Leganés, Barcelona, Osasuna y Las Palmas. Son 12 puntos en juego y con 7 de ventaja sobre el descenso, todo dependerá de cómo se gestione este tramo final.
Lo ideal, por supuesto, sería cerrar la permanencia cua20nto antes. No sólo para alejar fantasmas, sino para liberar a un equipo que ha tenido que remar contracorriente toda la temporada. Ha sido un curso largo, complicado y de desgaste emocional para todos: plantilla, cuerpo técnico y afición. Por eso, más allá del cabreo lógico de las horas posteriores, toca levantar la cabeza y no perder la perspectiva. Esto no está perdido. Ni mucho menos. Porque sí, el Espanyol ha sufrido un baño de realidad… pero también hay razones para creer que sabrá nadar hasta la orilla.
