La no renovación de Javi Chica como entrenador del Juvenil A ha reactivado un debate que viene cobrando fuerza en el entorno del Espanyol: la aparente desconexión entre la actual dirección del fútbol base y los exfutbolistas del club que, tras colgar las botas, decidieron aportar su experiencia y conocimiento en la formación de futuras generaciones. Lo que durante años fue un valor añadido —incorporar figuras con un profundo arraigo en la entidad— parece haberse convertido, para algunos, en un obstáculo difícil de encajar en la nueva manera de gestionar la cantera.
El caso de Chica no es aislado. Su salida, oficializada este viernes por el propio club, se suma a las de otros exjugadores como Julián López de Lerma, David García o Alberto Lopo, todos ellos con una trayectoria reconocible en el primer equipo y, en la mayoría de los casos, también en los banquillos y los despachos de la Dani Jarque. La coincidencia en sus marchas —unas por decisión técnica, otras por iniciativa propia aunque con un trasfondo de divergencias con los responsables del departamento— ha generado malestar en una parte del espanyolismo, que observa con preocupación cómo se va diluyendo el vínculo emocional entre la cantera y su historia reciente.
El propio Moisés Hurtado, exjugador del primer equipo y exentrenador del Juvenil A y B, ha alzado la voz de forma pública. En su cuenta personal de X (antes Twitter), escribió un mensaje contundente que ha encontrado eco entre los aficionados:
“En la DJ parece que no gusta cierta gente con capacidad, conocimientos y experiencias vividas de jugador y formador. De sentimiento, ni hablo. Parece que molestan los exjugadores. Una pena, porque aúnan un capital vivido valiosísimo y único. Eso sí, no acostumbran a tragar con todo”.
La crítica apunta no sólo a una falta de reconocimiento institucional hacia quienes han vivido el club desde dentro, sino también a una supuesta incompatibilidad entre los perfiles con carácter propio y el modelo de funcionamiento que ha ido imponiendo la actual dirección deportiva, liderada por Fran Garagarza, quien, tras la destitución de Jaume Milà, asumió el rol de coordinador de la cantera.
Chica se despide tras seis temporadas en el organigrama formativo del Espanyol, periodo en el que llegó incluso a dirigir brevemente al Espanyol B y consiguió títulos relevantes con el Juvenil. “Me voy feliz y contento de lo aportado y aprendido en La 21. Mis puertas permanecerán siempre abiertas para el club”, señaló el ex lateral en su comunicado de despedida.
Pero su marcha se percibe como un nuevo episodio de una tendencia preocupante. Julián López de Lerma, por ejemplo, fue relevado en verano de 2024 tras más de una década trabajando en la cantera. David García fue cesado como responsable de captación, y Lopo optó por marcharse voluntariamente tras denunciar una “deteriorada convivencia” con los actuales responsables del fútbol base. Todos ellos con pasado en el primer equipo. Todos ellos fuera.
Desde algunos sectores se cuestiona si esta dinámica responde a criterios puramente técnicos o si existe una voluntad deliberada de apartar perfiles que puedan tener una voz propia y no acepten según qué decisiones sin mostrar disconformidad. De hecho, en declaraciones pasadas, Lopo llegó a afirmar que “el director deportivo actual me ha reiterado en más de una ocasión que los resultados no le importaban”, señalando que su salida se debió exclusivamente a “problemas de convivencia con los responsables de la cantera”.
Este contexto lleva a una pregunta de fondo que conviene no obviar: ¿debe pesar el sentimiento perico en la elección de entrenadores del fútbol base? ¿Es un valor añadido o un posible foco de conflicto? La profesionalización de las estructuras deportivas ha llevado a priorizar metodologías, titulaciones y resultados, pero en un club como el Espanyol —que históricamente ha hecho bandera de su cantera y de su gente—, dejar de lado la identidad puede implicar una pérdida de referencia difícil de compensar.
No se trata de caer en el inmovilismo ni de convertir el pasado en un peaje obligatorio, pero tampoco de renunciar al capital humano que suponen quienes han vivido el club desde dentro, conocen su historia y han representado su escudo en las grandes ligas. El equilibrio es posible. Y, seguramente, necesario.
La salida de Chica debería invitar a una reflexión pausada, tanto en los despachos como en el entorno blanquiazul: no basta con formar buenos futbolistas. También hay que formar personas que entiendan qué es el Espanyol y qué significa pertenecer a él. Y para eso, la experiencia de quienes ya lo han vivido puede ser, más que un problema, una oportunidad.
