Hace justo un año, el Espanyol era cuarto en Segunda división, apretando los dientes a dos puntos del ascenso directo. Ramis ya había salido por la puerta de atrás tras semanas grises y con poco punch, y Manolo González, ese técnico de barrio que venía del filial y que no salía en los cromos de nadie, cogía las riendas del equipo con más dudas que certezas. Mientras tanto, a menos de 100 kilómetros de Cornellà, el Girona volaba tan alto que se rozaba con las estrellas. Tercero en Primera, con siete puntos de colchón sobre el Atlético y solo por detrás de los dos monstruos del fútbol español: Madrid y Barça.

La guinda de ese momento dulce fue un inolvidable 2-4 en el Camp Nou, que hizo a Míchel soltar una frase que muchos guardaron como oro en paño: “Hemos entrado en una nueva dimensión”. Aquello parecía el inicio de una era. El Girona en la Champions, y el Espanyol atascado en Segunda.
Hoy, doce meses después, los papeles se han cambiado. El Espanyol respira, y lo hace con la sensación de que se ha quitado una losa de encima. No solo ha asegurado virtualmente la permanencia, sino que aún sueña con engancharse a Europa si le da por encadenar un par de victorias seguidas. La afición, que ha pasado de la desesperanza al “¿y si…?”, empieza a mirar el calendario con ilusión y sin calculadora en mano.

¿Y el Girona? Pues el Girona está sufriendo. Y no solo eso: ha vuelto a su antigua realidad, la de remar contra corriente, mirar de reojo a los de abajo y rezar por no seguir bajando. De París y Milán han pasado a Pamplona y Leganés. Y claro, no es fácil ese bajón. No es lo mismo pensar en Haaland que en salvar los muebles ante el Alavés.
En Montilivi hay miedo. El partido del lunes contra el Betis (21:00h) empieza a sonar a final. Si se gana, incluso puede que el del jueves siguiente en Leganés no sea tan dramático. Pero si no… ojo. El fuego está cerca y el agua entra por todos lados.
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Mientras tanto, en Cornellà, muchos pericos no pueden evitar recordar aquellos cánticos burlones de “¡A Segunda, a Segunda!”, que gritaban con una sonrisa de oreja a oreja los aficionados gironins tras el 4-1 al Espanyol de hace unos meses. Y sin ánimo de revancha, hay una sonrisa irónica en el aire. Porque en el fútbol, como en la vida, las vueltas que da todo a veces son tan imprevisibles como sabrosas.
