El verano, para muchos, es tiempo de vacaciones. Para otros, de fichajes. Y para algunos, parece que también es tiempo de retratarse. Lo que hemos visto estas últimas semanas en torno a dos porteros –Joan García y Marc-André ter Stegen– ha servido para evidenciar, una vez más, la disparidad de criterio con la que se mide a unos y a otros dependiendo del escudo que lleven en el pecho. Y sí, en el epicentro de todo vuelve a estar el RCD Espanyol, que como casi siempre, es diana de críticas cuando actúa con dignidad… y espectador obligado cuando se blanquean comportamientos que en otras circunstancias habrían sido tachados de escándalo.
Todo empezó con Joan García, un chaval de la casa, criado en Sallent y moldeado en la Dani Jarque, que en sus últimos días como perico aseguró a sus compañeros y a su entrenador, Manolo González, que no se iría al Barça. Un gesto que muchos, dentro y fuera del vestuario, interpretaron como un compromiso ético con el grupo, con el proyecto… y con su gente. Sin embargo, pocos días después, el club vecino depositaba los 26,3 millones de su cláusula y se lo llevaba tras el vistobueno de Joan y las personas que gestionan su carrera profesional. Y cuando en el entorno espanyolista se señaló esa forma de actuar como una decepción personal más que una traición deportiva, la respuesta de algunos medios fue tachar la reacción de “lloriqueo”, de “victimismo”, y hasta de “acoso innecesario” al jugador.
Y aquí viene lo bueno. Porque mientras desde muchas trincheras se pedía comprensión hacia Joan García por “tomar una decisión difícil”, “proteger su salud mental” y “apostar por su carrera”, esos mismos espacios están ahora apoyando una campaña de presión brutal contra otro portero, pero esta vez curiosamente del Barça: Ter Stegen.
El alemán, capitán del equipo, se ha negado a firmar el informe médico que el club necesita presentar para poder inscribir a Joan García como su recambio. Un gesto que puede gustar más o menos, pero que es totalmente legal: el Reglamento General de Protección de Datos ampara su decisión. Aun así, en lugar de entender que está ejerciendo su derecho, se le está acusando de “declarar la guerra al club”, se está aireando su historial médico como si fuera un criminal, y se ha ordenado incluso abrirle un expediente disciplinario. De pronto, lo que en Joan era “entender al jugador”, en Ter Stegen es “insubordinación”.
Y todo esto sin que nadie se pare a pensar, ni por un segundo, que aquí hay una persona en juego. Que si tan preocupados estaban algunos por la presión que sufrió Joan García por irse al Barça, igual deberían estarlo también por el acoso mediático e institucional que está sufriendo un profesional como Ter Stegen, por negarse a que el club utilice sus datos personales para cuadrar cuentas y cuadrar fichajes. De repente, las preocupaciones por la salud mental desaparecen si el que protesta no se alinea con el discurso oficial. ¿No era eso lo que tanto se reivindicaba con Joan?
Ayer mismo, durante su presentación oficial, Tyrhys Dolan dejó un mensaje que parece que pocos escucharon con atención: “He perdido a mi mejor amigo, y por eso sé lo importante que es cuidar la salud mental de los deportistas”. Una frase sencilla, pero demoledora, pronunciada por alguien que sabe lo que es tocar fondo. Y que debería haber servido como aviso para todos aquellos que estos días han convertido a Ter Stegen en un muñeco de trapo, con el que saciar frustraciones o tapar la chapuza que rodea la gestión del club culé.
Porque claro, si el Espanyol se enfada por cómo se fue Joan, está exagerando. Pero si el Barça se enfada porque Ter Stegen no firma un papel, está actuando con responsabilidad. Si un jugador blanquiazul habla de sensaciones, es un blandengue. Si un jugador azulgrana habla de derechos laborales, es un traidor.
Y si encima el Barça firma acuerdos de patrocinio con la República Democrática del Congo -país en guerra, con más de 7 millones de desplazados internos, pobreza estructural y explotación infantil en minas de coltán- entonces todo se justifica como “una apuesta estratégica por internacionalizar la marca”. Cuando lo cierto es que, más allá de las camisetas de entrenamiento con el logo del país africano, la imagen que se proyecta es preocupante. ¿Qué mensaje estás dando cuando aceptas dinero de un régimen acusado de vulnerar derechos humanos a cambio de visibilidad global?
Así funciona el doble rasero. Contra el Espanyol todo vale: se ningunea su historia, se cuestiona su identidad, se ridiculizan sus decisiones y se demoniza su afición. Pero con el Barça, todo se entiende, todo se explica y todo se excusa. Lo haga bien, mal o regular, siempre habrá quien esté dispuesto a ofrecerle una coartada perfecta, incluso aunque tenga que retorcer los argumentos hasta el límite.
Y lo peor no es la hipocresía. Lo peor es que ya ni siquiera se esfuerzan en disimularla.
