El Espanyol ha llegado al punto que nadie quería. Tras la derrota en Pamplona frente a Osasuna (2-0), con goles de Budimir y Raúl de Haro, el equipo blanquiazul afronta la última jornada de LaLiga EA Sports con la obligación de ganar a la UD Las Palmas en el RCDE Stadium para evitar un nuevo descenso a Segunda División. Y esta vez, ya sería el tercero en los últimos años. Un drama deportivo que, en realidad, va mucho más allá del marcador final.
La situación es clara: con 39 puntos, el Espanyol sigue fuera del descenso, pero solo dos puntos por encima del Leganés, que ganó en Las Palmas y llegará a la última jornada en disposición de asestar un golpe definitivo. Si los madrileños vuelven a sumar tres puntos y el Espanyol no hace lo propio, los de Manolo González caerán a Segunda por el goal average particular. No hay margen. No hay más red. Solo cabe ganar.
Y lo peor es que el equipo ha llegado a este momento sin impulso, agotado anímicamente, con cinco derrotas consecutivas en el momento más delicado de la temporada. El duelo de El Sadar volvió a evidenciar los problemas de un grupo que no encuentra soluciones ofensivas, que duda, que sufre sin balón y que ya ha perdido la chispa. El técnico intentó mover piezas tras el descanso, pero la reacción fue insuficiente. Falta energía, falta claridad, y sobre todo falta confianza. Esa que parecía tan cercana hace unas semanas y que ahora se ha evaporado.
El vestuario está tocado. Y el entorno, lógicamente, muy cansado. La afición ha vuelto a responder este año de forma admirable, acompañando al equipo incluso en los peores momentos, consciente de que sin el apoyo de su gente no habría opciones de seguir compitiendo por la permanencia. Y tiene todo el derecho a sentirse decepcionada, enfadada, harta. Pero precisamente por eso, y por lo que hay en juego, este no puede ser el momento de prender fuego a todo.
Por muy justificado que esté el malestar, por mucho que la frustración esté más que instalada, toca contener la rabia y asumir que, al menos hasta que finalice el partido ante Las Palmas, la prioridad absoluta es empujar. Desde dentro y desde fuera. Porque crear un ambiente de tensión solo añadiría peso a las piernas de un equipo ya afectado por la presión y los resultados.
Después, una vez termine la Liga, con el equipo en Primera o en Segunda, será el momento de exigir explicaciones. De señalar a los verdaderos responsables de este desgaste crónico que arrastra el Espanyol desde hace años. La propiedad del club, con Chen Yansheng al frente, y una estructura ejecutiva encabezada por Mao Ye que ha demostrado una alarmante falta de capacidad, llevan demasiado tiempo hipotecando el futuro del club. Sin proyecto, sin inversión y sin ambición, han condenado al espanyolismo a un sufrimiento continuo, a convivir con el miedo y a perder, año tras año, parte de su alma.
Lo que ocurra el próximo fin de semana marcará un antes y un después. Si el equipo logra la permanencia, no se podrá hablar de éxito, sino de alivio. Y si el desenlace es el descenso, será la consecuencia directa de una deriva institucional insostenible. La plantilla ha hecho lo que ha podido con unos medios claramente insuficientes, y el entrenador ha intentado sostener el grupo en medio del temporal. Pero es evidente que, sin un giro en la gestión del club, la historia se repetirá una y otra vez.
El Espanyol está a un solo paso de perderlo todo. Y también a un partido de salvar, al menos, la categoría. Pero lo que no puede seguir posponiéndose es el debate de fondo: qué club queremos ser, y quiénes deben estar al mando. La respuesta, gane o pierda el equipo ante Las Palmas, no puede esperar mucho más.
