El Espanyol ha conseguido salvarse. Sí, es una buena, magnífica noticia. Y sí, la afición merecía acabar la temporada con un respiro. Pero por mucho que la victoria ante Las Palmas sellara la permanencia, el sentimiento general tras la lógica y merecida celebración es de agotamiento. De hartazgo. De una necesidad urgente de reflexión. Porque no se puede convertir el sufrimiento en una constante, ni aceptar que esta angustia sea parte estructural de lo que significa ser perico.
Se ha salvado el equipo. Se ha salvado el proyecto deportivo a corto plazo. Pero el diagnóstico de la temporada es grave. Lo que se vio sobre el césped en la primera mitad del último partido en que el equipo, bloqueado por los nervios y la responsabilidad, no hizo ni un disparo a puerta ante un rival ya descendido, demuestra el peso que llevaban los futbolistas en sus cabezas cara sabiendo que el futuro no ya del equipo sino de toda la entidad estaba en juego. En lugar de valentía, hubo bloqueo. En lugar de ambición, miedo. Jugadores y grada se contagiaban unos a otros la tensión por la hecatombe que se veía venir si no se lograba el triunfo, visto lo que sucedía en Butarque.
En la segunda mitad, Manolo González cambió el guion. Lo hizo desde el banquillo con decisiones valientes, pero también desde el carácter. Hizo cambios que fueron clave y el equipo empezó a respirar. No era una transformación radical, pero sí un pequeño paso hacia adelante. El partido se abrió, y ahí el Espanyol encontró algo de aire.
El primer gol llegó cuando más lo necesitaba el equipo. Lo provocó Veliz, un futbolista que ha vivido una temporada durísima y que, sin embargo, se reivindicó en el momento clave. Puado, con personalidad, no falló desde los once metros. El 1-0 liberó al equipo, lo soltó. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió que el Espanyol controlaba su destino.
Y el segundo gol sirvió como redención para otro nombre propio: Pere Milla. Participativo, implicado, determinante. Como el año pasado en el play-off. Su tanto, otra vez con Veliz involucrado, cerró un partido que parecía imposible de encauzar. Fue entonces cuando el estadio explotó. Y cuando también se escucharon, con fuerza, los cánticos pidiendo la marcha de Chen Yansheng. La afición tiene memoria, y no olvida. Porque este sufrimiento no se explica solo desde lo futbolístico.
Lo que vino después también fue revelador. Manolo González, abatido y emocionado, con lágrimas en el banquillo. Dos años sosteniendo al club con recursos limitados por no decir inexistentes en estos últimos mercado con una plantilla sin grandes alardes y con un entorno inestable. Ha cumplido. Ha resistido. Y ha devuelto al equipo a Primera y lo ha mantenido allí. Si no se le ofrece ahora un proyecto más ambicioso y con medios, si Fran Garagarza ha de seguir viéndose obligado a hacer inventos para conformar una plantilla competitiva y con retales, si se les vuelve a dejar solos, será otra injusticia más cometida por esta propiedad.
También toca comentar la emoción de Joan García al explicar al ser preguntado por su futuro, que la gente ya conoce la situación del club. El Espanyol debe vender a su portero, al mejor probablemente de Europa, para pagar las deudas de la propiedad. Esa es la triste realidad del actual RCDE.
Sea como sea, el Espanyol no puede seguir moviéndose en el alambre cada temporada. Es insostenible. El club necesita una dirección firme, una apuesta real por el futuro y una propiedad que deje de estar ausente. Lo de esta temporada debe servir como advertencia. Porque no se puede vivir eternamente al borde del abismo. Y porque, tarde o temprano, si no se corrige el rumbo, no habrá milagros que nos salven.
