El Espanyol se juega este sábado su futuro inmediato. Un solo partido, noventa minutos frente a una UD Las Palmas ya descendida, decidirán si el conjunto blanquiazul sigue un año más en Primera o se precipita de nuevo al pozo de la Segunda división. La ecuación es sencilla: si gana, se salva; si no lo hace, dependerá de lo que ocurra entre Leganés y Valladolid. Una vez más, la permanencia queda pendiente de un hilo. Y, una vez más, es la afición quien ha sido convocada como actor principal en este último intento por evitar el desastre.

La afición del Espanyol, llamada a salvar de nuevo a su equipo en el peor momento
“Que la afición esté con nosotros, lo pido por favor, lo pido como sea, pero que confíen en nosotros”, decía Omar El Hilali tras acabar el partido en Pamplona. Una frase que apela directamente al sentimiento, a ese vínculo entre grada y escudo que sigue vigente a pesar de todo. Porque lo cierto es que esta afición ha sido maltratada sistemáticamente por la propiedad del club. Y sin embargo, ha respondido siempre. También ahora, cuando más cuesta creer.
El RCDE Stadium se llena para empujar al Espanyol: ganar o caer
El RCDE Stadium se prepara para llenarse. El club quiere que sus casi 40.000 asientos estén ocupados por pericos que empujen al equipo a la victoria. Que lo arropen. Que hagan del estadio un bastión, un escenario hostil para el rival y un refugio emocional para los jugadores. El Espanyol ha ganado diez partidos esta temporada —siete de ellos en casa—. Falta uno más. Y puede que sea el más importante de todos.

El Espanyol, al borde del abismo tras años de abandono por parte de Chen y Rastar
Pero este llamamiento al aliento colectivo no puede ni debe disociarse del contexto. Porque no es casualidad que el Espanyol haya llegado a este punto. No es fruto de la mala suerte. Es consecuencia directa de una gestión deportiva pobre, de una política de inversión nula y de la desconexión absoluta entre la propiedad y el proyecto deportivo. Desde que Chen Yansheng y Rastar decidieron cerrar el grifo, el club ha entrado en una espiral de inestabilidad: dos descensos, un ascenso in extremis y, ahora, la amenaza real de volver a caer.

El Espanyol vuelve a pedir ayuda a su afición tras años de desprecio institucional
El problema no es solo deportivo. Es institucional. Porque resulta difícil de digerir que sea precisamente esta propiedad la que, tras años de decisiones erráticas y falta de compromiso, vuelva a recurrir a la afición para que saque adelante al club. Es una contradicción que ofende. La misma grada que ha sido ignorada, ninguneada y desgastada durante años, vuelve a ser esencial. Porque, al final, es la única garantía que queda.
Chen y Rastar, más pendientes del valor del Espanyol que de su futuro deportivo
Lo más paradójico es que mientras el equipo se juega su continuidad en la élite, la propiedad parece más preocupada por no devaluar un activo en el mercado que por construir un proyecto competitivo. Nadie ha explicado si un nuevo descenso afectará realmente a los planes de venta del club. Nadie ha dado la cara. Nadie ha pedido perdón por la ausencia total de inversión en una plantilla que ha competido por encima de sus posibilidades gracias, sobre todo, al esfuerzo del cuerpo técnico y al compromiso de los jugadores.

La afición del Espanyol, única constante en medio del caos de Chen y Rastar
Y aún así, el sábado la grada volverá a estar ahí. No por Chen, ni por Rastar, ni por los que han llevado al club a este punto. Estará por el escudo, por los colores, por un sentimiento que no entiende de categorías. Porque la afición del Espanyol, esa que lleva años resistiendo, es mucho más grande que sus dirigentes. Y lo volverá a demostrar. Aunque duela. Aunque no sea justo.
El sábado, en Cornellà, el Espanyol se juega la permanencia. Pero también se juega su dignidad. Y como tantas otras veces, serán los de siempre —los de la bufanda, los del carnet, los que no fallan— los que sostendrán al club. Porque esta es su vida. Porque nunca han dejado de creer, aunque nadie les haya dado motivos. Porque son Espanyol. Y eso, por suerte, sigue estando muy por encima de todo lo demás.
