La escena tras el triunfo del Espanyol ante la UD Las Palmas en el RCDE Stadium no dejó indiferente a nadie. Jugadores abrazándose, mensajes de agradecimiento desde el césped, e incluso una invasión pacífica de aficionados que quiso vivir de cerca una despedida de temporada con cierto aire de celebración. Para muchos, una imagen lógica después de una campaña llena de tensión que acabó con el objetivo mínimo cumplido: la permanencia. Para otros, en cambio, una postal que refleja cómo ha cambiado la escala de ambición en el club.
Y es que, inevitablemente, esa celebración evocó recuerdos recientes. No hace tanto, en 2019, el mismo estadio fue escenario de emociones similares, pero en un contexto bien distinto: el equipo de Rubi festejaba una histórica clasificación para la Europa League. Entonces, sí había motivos para la euforia. Ahora, en cambio, el sabor es agridulce. Porque el Espanyol no ha descendido, pero muchos sienten que ha perdido algo más valioso: la exigencia.
La diferencia entre ambos momentos no es casual, y para buena parte del entorno perico tiene un nombre claro: Chen Yansheng. El propietario ha instaurado una nueva normalidad que empobrece las aspiraciones del club. En este nuevo paradigma, salvar la categoría se celebra como si se tratara de una hazaña. La consecuencia más evidente es que ha cambiado el baremo con el que se mide el éxito deportivo. Y eso, para una entidad con más de 120 años de historia, es una señal preocupante.
Como se ha apuntado desde distintos sectores del espanyolismo, hace apenas unos años una salvación en la última jornada habría sido recibida con abucheos y gestos de decepción. Hoy, sin embargo, se interpreta casi como una victoria. El riesgo es evidente: acostumbrarse a vivir en la mediocridad y asumirla como destino inevitable.
Fran Garagarza, director deportivo del Espanyol, fue especialmente claro esta semana en La Pizarra de Quintana de Radio MARCA: “El objetivo del Espanyol debe seguir siendo la permanencia”. Y añadió: “Aquí nadie me ha hablado de Europa. El año que viene, el objetivo otra vez va a ser la permanencia”. Sin prometer imposibles, su discurso puso sobre la mesa la magnitud de la reconstrucción que todavía debe afrontar el club.
Aun así, y pese a lo crudo del análisis, hay un aspecto positivo: que el debate exista. Que una parte significativa de la afición se incomode ante una celebración por mantenerse en Primera es, precisamente, lo que mantiene viva la llama del espíritu competitivo. El Espanyol sigue teniendo una masa social exigente que pese a entender la actual situación, no se conforma con sobrevivir.
En ese sentido, la comparecencia conjunta de Mao Ye y Garagarza dejó un mensaje que muchos esperan que no caiga en saco roto: el compromiso de la propiedad con un aumento de la inversión para reforzar el proyecto deportivo. Un paso necesario —y ya inaplazable— para empezar a revertir la tendencia.
Porque, aunque ahora mismo Europa parezca muy lejos, el Espanyol debe recuperar su autoestima. Volver a pensar en grande. Y entender que la permanencia puede ser un punto de partida, pero nunca el destino final. La historia de este club exige mirar más arriba. Y su afición también.




