No es habitual enfrentarse a un equipo que literalmente nació en una fábrica. Pero eso es lo que hará el Espanyol este miércoles, cuando se mida al Wolfsburgo en el coqueto AOK Stadion, hogar habitual de su filial y su equipo femenino. Allí, en ese escenario modesto pero cuidado hasta el último rincón, se juega mucho más que un amistoso de pretemporada: se cruzan dos maneras de entender el fútbol… y la vida.
Porque el Wolfsburg no es solo un club alemán que juega en la Bundesliga. Es un símbolo industrial, un reflejo de lo que fue la Alemania del siglo XX y lo que intenta ser en el XXI. Una ciudad entera, creada desde cero en 1938 por orden de Adolf Hitler, para fabricar el “coche del pueblo” ideado por Ferdinand Porsche: el mítico escarabajo de Volkswagen. A la nueva ciudad la llamaron Stadt des KdF-Wagens bei Fallersleben -casi nada el nombrecito- y estaba hecha a la medida de la fábrica.
Cuando estalló la guerra, los motores dejaron paso a la maquinaria bélica. Y tras la guerra, los escombros se convirtieron en cimientos. La reconstrucción de la planta fue posible gracias al trabajo de más de 6.000 operarios, muchos de ellos prisioneros de guerra, y con ellos nació también la semilla del club. Lo que hoy conocemos como VfL Wolfsburg empezó como una asociación deportiva para trabajadores. Fútbol por puro desahogo. Por puro sobrevivir.
La trayectoria del club no fue meteórica. Más bien todo lo contrario. Costó décadas. Deambuló por ligas regionales hasta que en 1997, con la inversión ya decidida de Volkswagen, dio el salto a la élite. A día de hoy, la automovilística es propietaria del 100% del club y su implicación es total. Tanto, que el estadio principal se llama Volkswagen Arena; tiene capacidad para 30.000 espectadores y fue el escenario de una de las gestas más inesperadas del fútbol alemán: el título de Bundesliga conseguido en 2009.
Y sí, la ciudad no solo produce coches: también presume de tener la fábrica de salchichas más grande del mundo. Porque lo de hacer las cosas en serie parece parte del ADN local. Pero eso no quita que el Wolfsburg tenga identidad, orgullo y una base fiel de aficionados que lo ha acompañado en todas sus etapas, incluso cuando no era más que el equipo de la fábrica.
Ahora, el conjunto alemán se ha convertido en un habitual de las competiciones europeas y una amenaza muy seria cuando se conecta. Su cantera funciona, su estructura es sólida y, pese a vivir siempre bajo la sombra de su gran mecenas, no se han olvidado de dónde vienen. Han vivido una guerra, un derrumbe, una reconstrucción… y aún tienen hambre.
Este miércoles, frente al Espanyol, un club que a diferencia del Wolfsburg nació en la universidad, pero que como el conjunto alemán es un equipo del pueblo, será uno de esos partidos que valen para mirar al espejo. Para ver qué puede aprender un club como el nuestro de uno que pasó del barro al oro, pero sin perder el alma.




