Entre mediados de los 80 y principios de los 90 fueron varios los epílogos de jugadores emblemáticos del Espanyol que se escribieron, en gran medida, en la Nova Creu Alta.
Rafa Marañón fue el primero de una terna que completaron Orlando Giménez y Tommy N’Kono. El delantero de Olite llegó a Sabadell con 35 años después de que el Espanyol decidiera deshacerse de él. “Para mí fue un palo”. Venía de marcar 20 goles oficiales y estaba en buena forma. Recuerda entre risas una frase que siempre le decía su padre: “El fútbol son diez años”. Y no por el físico, “sino porque la gente se aburre de ti”. Él aún tenía recorrido porque en el Madrid se pasó “cinco años chupando banquillo” y no empezó a jugar en serio hasta llegar al Espanyol.
Antonio Baró, presidente blanquiazul de entonces, le justificó la decisión del club esgrimiendo que era una decisión técnica. Algo que Marañón no se cree porque precisamente Pavic había intentado contar con él en más de un equipo. Imagina que tenían cierto temor a que su veteranía tuviera demasiado peso en el vestuario. “No me importaba la cantidad económica y aceptaba un rol secundario. En mi vida se me ocurrió decir pon a este o quita a este”. Le prometieron un partido-homenaje que nunca llegó.
Al máximo goleador de la historia del club solo le faltaba una asignatura y el proyecto final de carrera para acabar Arquitectura. Midió al milímetro cada paso que iba a dar, como había aprendido a hacer gracias a otra universidad que, según él, parecía ser el Madrid donde estaba Saporta, que impartía lecciones sobre cómo afrontar una renovación o un contrato sin abogados. “Deseché ofertas del Mallorca y del PSG”, por ejemplo. Fue entonces cuando apareció el Sabadell, en Segunda B, y le convenció. El presidente, Rafael Arroyos, no solo quería sus prestaciones como futbolista, sino que le entregó “galones” y le pidió que “creara grupo”.
“En Sabadell entrenaba por las mañanas y por las tardes iba a la facultad”. Además, ya era profesor de universidad de futuros aparejadores. El Sabadell ascendió a Segunda y Marañón fue titular indiscutible y máximo goleador, con 16 goles. “Y eso que las faltas y los penaltis los lanzaba Tanco…”, dice como insinuando que ojo. En Segunda quedaron cuartos, a un paso de Primera. Y al año siguiente pasó a ser el segundo del técnico Uribarri al no poder combinar ser futbolista y sacarse el carnet de entrenador. Aquel año el Sabadell ascendió a Primera por última vez en su historia. “Irme al Sabadell era la antesala de mi retiro. Es un club al que quiero porque me recogieron en un momento triste. La despedida del Espanyol no fue la mejor. Faltó hablar”. La intención de Arroyos era que volviera a jugar, pero Besonias, que era “un poco culé”, empezaba a ganar importancia en el club y fue entonces cuando se acabó su trayectoria en el fútbol: “Me retiré a mis cuarteles de invierno”. Y se retiró marcando un hat-trick al Recre en Copa de la Liga, un detalle que le recordó su hijo Carlos hace poco y que se asimila a uno de sus últimos partidos con el Espanyol, también un 1-7. Ahora no le cabe la menor duda: “Siempre quiero que gane el Espanyol. En cualquier caso, que el Sabadell quede segundo”.
Hola y adiós
Uno de los fichajes estrella del Sabadell para el regreso a Primera fue Orlando Giménez, que acababa de dejar el Espanyol tras cinco temporadas. El paraguayo llegó cuando su intención, en realidad, era volver a Sudamérica, “pero me ofrecieron ir al Sabadell y me quedé un tiempo más. Fue una decepción”. “Entrené y me sacrifiqué”, explica, pero ni Uribarri ni Martínez contaron con él y, como no jugaba, decidió irse a mitad de año. “Uno en la vida tiene que dar un paso al lado. Si no tienes continuidad, no puedes rendir”. Antonio de la Cruz, el segundo que sustituyó a Marañón, no entendía por qué no jugaba. Total, que se fue al Horta, donde salieron campeones, cuidaba su físico, podía engrosar libremente su fama de mujeriego (“porque eso me relaja”) y donde al final de temporada le regalaron un Renault 6 “ideal para una ciudad como Barcelona”. Sí recuerda de su paso por la Nova Creu Alta a su compatriota Ramón Hicks, que se pasaba el día tocando la guitarra y “se caían los árboles”. Eso sí, con Hicks y con el resto de la plantilla se llevó “muy bien”.
El fichaje bomba
En el verano de 1991 volvió Arroyos a la presidencia del Sabadell, con el club sufriendo en la categoría de plata y, para dar un golpe en la mesa, fichó a Tommy N’Kono. Fue un fichaje tan mediático como estrambótico. N’Kono se enteró durante el Mundial del 90 –en el que Camerún eliminó a la Argentina de Maradona en el primer partido de N’Kono como titular– que el Espanyol ya no contaba con él. Mientras estaban en la concentración, el guardameta camerunés tuvo que ver desde la distancia cómo sus compañeros ascendían en los penaltis frente al Málaga. Pero una vez acabó el Mundial ya no eran sus compañeros. Su salida del Espanyol le sorprendió dentro de los límites de la sorpresa que caben “en el fútbol”. “El fútbol tiene una memoria muy corta y la gente se rige por unos momentos. Ser extranjero también jugó en mi contra”, explica.
Se pasó un año en blanco, sin jugar, entrenando por su cuenta e incluso sufriendo situaciones tan extrañas como un envenenamiento en un hotel de Yaundé. Seguía siendo el portero de Camerún pero, más allá de eso, no jugaba. A punto estuvo de fichar por el Logroñés. Más tarde llegó el Lleida y por poco no se cerró. “Incluso estuve cerca de irme a Inglaterra, pero al final decidí esperar una buena oportunidad”. Y llegó desde Sabadell. En su momento se habló de que el guardameta cobraría alrededor de 20 millones de pesetas, lo que le transformaba en el último capricho de Arroyos para un equipo que como único objetivo tenía “subir a Primera”. Su condición de fichaje estrella conllevaba “la exigencia de dar un resultado inmediato”, pero no significaba “ninguna presión” porque estaba acostumbrado a ello. Sin embargo, el ambicioso proyecto salió peor de lo que podía imaginarse. De optar por subir a Primera (quedaron novenos en la primera temporada de N’Kono), pasaron a descender a Segunda B en la siguiente. “Fue una lástima, sobre todo a nivel grupal. Podríamos haber hecho algo más. Pero aparte de eso tuve la oportunidad de encontrarme con otros jugadores con los que guardo amistad, que también es parte del fútbol”. En el Sabadell se tuvo que acostumbrar a cosas que en el Espanyol había olvidado ya, como por ejemplo “hacer un Barcelona-Compostela en autobús, que son muchas horas”. “En el Sabadell viví otra realidad de lo que es el fútbol. De todo se aprende, da igual la edad. El que no aprende es porque no quiere«.
De su etapa en el Sabadell corrían algunas leyendas como que logró marcar un gol de campo a campo. Algo que él mismo niega rápidamente mientras suelta una ligera risa. Y añade: “Lo único que logré en el Sabadell fue parar dos penaltis en el mismo partido, contra el Eibar, y salí ovacionado por la afición del Eibar”.
Del tres, solo uno asistirá a la Nova Creu Alta: Marañón. Lo hará en condición de consejero del Espanyol. N’Kono, que forma parte del cuerpo técnico de Vicente Moreno como entrenador de porteros junto a Jesús Salvador, no podrá por las medidas sanitarias. Desde Buenos Aires, donde ahora pasa el confinamiento Orlando Giménez, agradecido de que ya llega la primavera porque “el frío es para los pingüinos”, probablemente no siga el encuentro el paraguayo. Los tres, a pesar de vivir experiencias muy diferentes en Sabadell en los últimos suspiros de sus carreras futbolísticas, guardan cariño por el club arlequinado pero tienen una cosa clarísima: “Que gane el Espanyol”.
Bonita imagen del goleador blanquiazul Rafael González "Marañon" vistiendo la elástica arlequinada. Un futbolista raro en sus tiempos ya que era uno de los pocos futbolistas que estudiaba en la universidad. El "arquitecto del gol". Aparte de ser un crack en nuestro RCD Espanyol, militaste en las filas del Real Madrid CF y CE Sabadell, dos clubs que gozan de todas mis simpatías.
A este trío, añadiría Gallart, que después del descenso en el año 89, el Espanyol le dió puerta, y fichó por el Sabadell