El Girona – Espanyol de este viernes en Montilivi abre la jornada 7 de LaLiga EA Sports y lo hace con un aire muy distinto al de hace unos años. Si en las últimas temporadas eran los rojiblancos quienes miraban por encima del hombro, instalados en Europa y hasta saboreando la Champions, ahora la situación parece girada como un calcetín. El Girona llega en plena crisis de resultados y con su afición incómoda; el Espanyol, tras años de golpes, asoma en este inicio con otro semblante: el de un equipo que, con oficio, compite y saca puntos incluso en los días más complicados.
El recuerdo del 4-1: bofetada y resurrección
En la memoria perica sigue grabado a fuego el 4-1 del curso pasado en Montilivi. Aquella goleada dolió como pocas, porque llegó en un momento de nervios y porque el Girona no tuvo piedad. Pero con el tiempo se convirtió en algo más: un “punto de inflexión”, como han repetido una y otra vez tanto Manolo González como los jugadores. Desde aquella derrota, el Espanyol cambió la cara, se agarró al carácter y acabó logrando la permanencia. Por eso este viernes el duelo tiene aroma de revancha silenciosa: nadie en Cornellà lo va a olvidar.
Una rivalidad que se ha calentado en pocos años
Durante décadas, Girona y Espanyol mantuvieron una relación más cordial que hostil. El Espanyol, club histórico, ayudó a los rojiblancos en sus momentos difíciles, cediendo jugadores (Carlos Clerc, Ángel Martínez, Cristian Gómez, Pol Lozano, entre muchos otros) y participando con regularidad en torneos de verano como el Costa Brava. El propio expresidente Francesc Rebled lo admitió hace un tiempo: “Cuando nos encontramos con un tope salarial muy limitado, el único equipo que nos quiso ayudar fue el Espanyol y su entonces presidente, Joan Collet, que nos cedió jugadores”.
Ese pasado solidario parece olvidado. La entrada del City Football Group y el crecimiento meteórico del Girona cambiaron por completo la relación. Los discursos de gente como Pere Guardiola o Jaume Roures, asegurando que el Girona debía ser “el segundo club de Catalunya”, cayeron como una bomba en el RCDE. Para los pericos, el respeto y la jerarquía se ganan con historia, con títulos, con décadas de trabajo, y no con inyecciones de dinero y modas pasajeras. Desde entonces, la competencia se ha teñido de antipatía.
El malestar en Montilivi y las cuentas pendientes
Si algo le sobraba al Girona en los últimos tiempos era ilusión. Europa, Champions, fichajes de renombre… pero la realidad actual es bien distinta. El equipo encadena una racha terrible, y la grada ha explotado. El 0-4 contra el Levante fue la gota que colmó el vaso: pañuelos, protestas, cánticos de “Directiva, dimisión” y una fractura evidente entre la afición y la propiedad (Ferran Soriano, Pere Guardiola, Marcelo Claure).
El empate en San Mamés calmó un poco las aguas, pero no tapa que el Girona solo ha ganado tres de sus últimos 25 partidos de Liga, con 15 puntos de 75 posibles y un balance demoledor de 20 goles a favor y 51 en contra desde la segunda vuelta del curso pasado.
Ese contexto hace que el derbi tenga un ambiente especial: el Girona juega con urgencia y con una grada más exigente que nunca; el Espanyol, con la tranquilidad de llegar con los deberes mejor hechos y con la moral que le dio el empate agónico ante el Valencia.
El Espanyol, menos ruido y más fútbol
Los pericos afrontan el choque desde otra perspectiva. Lejos de presumir, llegan con los pies en el suelo, sabiendo que cada punto es oro. Pero el 2-2 frente al Valencia, con gol salvador de Javi Puado en el 95’, dejó claro que el equipo tiene alma. Cabrera había empatado antes, Hugo Duro volvió a poner por delante a los ché y, cuando parecía imposible, apareció Puado para volar en el segundo palo y firmar el empate. Esa foto de Cornellà celebrando como si fuera una victoria refleja el estado anímico: el Espanyol no es el equipo más brillante brillante, pero es competitivo y cabezón.
Historia contra presente, orgullo contra modernidad
Lo que se juega el viernes no son solo tres puntos. Es una batalla por algo más simbólico: la pugna por ser considerado el “segundo club de Catalunya” tras el Barça. El Espanyol, con casi 90 temporadas en Primera y cuatro Copas en sus vitrinas, no necesita recordarle a nadie su sitio. El Girona, en cambio, ha querido ocuparlo en tiempo récord, apoyado en el capital extranjero y en un proyecto bien gestionado a corto plazo, aunque ahora tambaleante.
Este contraste explica la tensión de los últimos años: historia contra novedad, tradición contra modernidad, sentimiento contra proyecto de grupo. Y en la grada también se nota: mientras parte de la afición del Girona se deja llevar por simpatías azulgranas y antiperiquismo, en el RCDE se recuerda que sin el Espanyol, el Girona habría tenido un camino mucho más complicado hacia la élite.
Números rojos y un futuro en duda
El Girona llega con cifras de miedo: tres victorias en 25 partidos, un arranque liguero sin triunfos y una dinámica que le arrastra desde enero. La solidez de hace un año se ha evaporado, la portería encaja demasiado y arriba no hay pólvora suficiente. En cambio, el Espanyol parece haber encontrado una base reconocible con una defensa seria y un ataque donde Puado se ha convertido en símbolo.
Montilivi será, por tanto, un termómetro de proyectos: uno, el del Girona, que busca recomponerse para no caer en el pozo; otro, el del Espanyol, que quiere confirmar que ha aprendido de sus errores y que ha vuelto para quedarse.






