La salida de Joan García del RCD Espanyol en dirección al FC Barcelona ha dejado múltiples lecturas más allá de lo estrictamente deportivo. En las últimas horas, medios próximos al entorno azulgrana han intensificado un relato en el que el guardameta de Sallent aparece como una víctima de un entorno hostil, mientras que la afición blanquiazul queda retratada como un colectivo agresivo y desproporcionado en su reacción.
Uno de los artículos más representativos es el publicado por Alfredo Martínez en SPORT, en el que se describe “la dura semana de Joan García” tras confirmarse su fichaje por el conjunto azulgrana. Según el citado texto, el jugador ha recibido “numerosas amenazas en el móvil y llamadas con teléfono oculto”, lo que le habría llevado a cambiar de número, reducir al mínimo su vida social e incluso declinar una invitación al cumpleaños de un compañero del Espanyol. El mismo medio añade que “algunos compañeros no han entendido su decisión, pero que otros, aunque no lo manifiesten públicamente, sí la comprenden”.
Este tipo de informaciones encajan en un patrón ya conocido en operaciones anteriores. La estrategia consiste en moldear un relato emocionalmente favorable al jugador que cambia de club, reforzando la imagen de que su entorno anterior -en este caso, la afición del Espanyol– actúa de forma desmedida y hostil. Una narrativa que simplifica la realidad, polariza las posiciones y resta legitimidad a cualquier expresión crítica por parte del entorno perico, por moderada que sea.
En este contexto, SPORT ha recurrido también al testimonio de Jonathan Soriano, quien protagonizó en 2009 una transición comparable -aunque con diferencias significativas- al pasar del Espanyol al Barça B. Soriano recuerda que llegó a ser capitán del primer equipo blanquiazul, pero que tras quedarse sin dorsal, acabó marchándose sin otra alternativa real. “Me tuve que ir. No era una cuestión de elección”, afirma. “Sabía lo que significaba. Pasas de un equipo de la ciudad al otro, y sabes que la gente no lo recibirá bien”.
A pesar de ello, su visión sobre el conflicto es mesurada. “El futbolista no es un aficionado. Puede tener sentimientos por un club, más o menos, pero al final es un trabajador”, sostiene, apelando a la profesionalidad. Soriano admite que las reacciones en estos casos suelen ser intensas, pero considera que deben ser asumidas con naturalidad: “Pasas de héroe a no querido por una parte de la afición. Hay que ser consciente de eso, aceptarlo, y no mirar demasiado las redes sociales. Dejar que pase el tiempo y que todo vuelva a la normalidad”.
Lejos de alimentar discursos victimistas, el ex delantero ofrece un consejo a Joan: “Cuando le toque volver a ese campo, Joan deberá tener paciencia y saber que no será bienvenido. Sabiendo esto, tranquilidad y adelante”.
La operación Joan García ha seguido una dinámica comunicativa que no es nueva. Desde el primer momento, los medios afines al Barça han marcado los tiempos informativos, filtrando avances del fichaje, generando un clima favorable y, una vez oficializada la salida, construyendo un relato de confrontación que deja a la afición del Espanyol en una posición sistemáticamente negativa.
Este mismo modelo se está repitiendo, en paralelo, con el interés del Barça por Nico Williams. La presión mediática prolongada, el desgaste informativo en torno al entorno del jugador y la constante exposición pública de los movimientos, están generando también un notable malestar en el Athletic Club y sus seguidores. En ambos casos, el denominador común es el intento de desactivar cualquier resistencia institucional o social mediante una narrativa que desacredita al interlocutor.
Lo sucedido con Joan García no se entiende únicamente como un traspaso entre clubes rivales. Es también un ejemplo más de cómo determinados entornos mediáticos utilizan el poder de la narrativa para condicionar la percepción pública de una operación. Y es ahí donde se está jugando, cada vez con mayor intensidad, otra liga: la del control del relato.



