Lluís Carrasco, conocido por haber dirigido la campaña electoral de Joan Laporta en 2021 y por idear acciones tan mediáticas como la lona “Ganas de volver a veros” con el Santiago Bernabéu de fondo o tener la “brillante” idea de organizar un crowdfunding para salvar la tocadísima economía del Barça, ha vuelto a la carga con un nuevo artículo de tono altivo y moralizante dirigido, cómo no, al espanyolismo. El artículo que excreta en la contra de SPORT a raíz del traspaso de Joan García al FC Barcelona merece, cuanto menos, una lectura crítica. Muy crítica. El mismo personaje al que nuestro compañero Àngel Bergadà retrató con precisión quirúrgica hace unos días en La Grada Online -una pieza de referencia para entender de dónde viene este supuesto gurú del márketing convertido en paladín del entorno culé- ha vuelto a hacer lo que mejor se le da: disfrazar de reflexión moralizante un discurso empapado de superioridad y condescendencia.
Esta vez, su objetivo ha sido la reacción de la afición perica a la marcha de Joan García al club blaugrana. Un movimiento doloroso, muy comentado y que ha generado un profundo malestar entre los seguidores del Espanyol, pero que Carrasco ha decidido caricaturizar con la ligereza y el desprecio que, lamentablemente, ya le son habituales.
El texto no tiene desperdicio. Desde el primer párrafo, el autor adopta un tono sarcástico para justificar la decisión del portero y atacar la reacción de la afición perica:
“Joan García, ese joven que hasta hace unos días provocaba suspiros de admiración y pasión entre la afición del Espanyol, ha cometido un crimen, el crimen más atroz: ha escogido el Barça como puerta de entrada al fútbol de los elegidos.”
A partir de ahí, Carrasco construye un relato simplista, según el cual Joan es una víctima de una hinchada que no acepta que los jugadores quieran progresar en su carrera.
“¿Cómo se atreve este chico sencillo, nacido en un pueblito de tradición minera… a querer progresar profesionalmente, jugar en el equipo más referente… y cobrar un sueldo de portero de élite que multiplica por mucho el que percibía? ¡Ha de ser un sinvergüenza!”
El sarcasmo roza la burla en algunos pasajes, como cuando describe la reacción del entorno perico como una explosión desproporcionada:
“La indignación perica ha estallado con la sutileza que lo haría un cóctel molotov en una gasolinera.”
“Redes sociales ardiendo, amenazas irreproducibles y un repentino y caricaturesco máster colectivo en ética y lealtad.”
Carrasco va más allá, insinuando que detrás de todo este malestar hay un “complejo mal gestionado” y una incapacidad estructural para aceptar la realidad futbolística:
“¿No será, quizás, un caso de obsesión o complejo mal gestionado?”
“Tal vez el problema sea mirar con ira hacia arriba, cuando llevas tanto tiempo instalado tan abajo.”
Con esta frase final, cargada de condescendencia, Lluís Carrasco evidencia el trasfondo ideológico que recorre su artículo: una mirada despreciativa hacia todo lo que no encaja dentro del relato triunfalista del entorno culé. En lugar de analizar con sensibilidad el contexto emocional que ha envuelto la marcha de Joan García -canterano, referente del ascenso, querido por la grada- prefiere desacreditar y caricaturizar el sentimiento colectivo del Espanyol reduciéndolo a una rabieta sin fundamento. El artículo no solo minimiza el dolor legítimo de una afición que se ha sentido traicionada, sino que también pasa por alto detalles esenciales que en cualquier otro contexto también generarían incomodidad, pero que aquí Carrasco despacha con la típica arrogancia culé.
Desde luego, el Espanyol no necesita lecciones de ética de quien ha hecho de la propaganda -o de vender motos, hablando claro- su oficio, y menos de un personaje del cual ya se han destapado con anterioridad infundios propagados en sus redes sociales. Y el espanyolismo, aunque dolido, no se define por una reacción concreta, sino por su fidelidad, su capacidad de resistir y su dignidad en tiempos difíciles.
Lluís Carrasco podrá seguir escribiendo columnas repletas de autosuficiencia y sarcasmo. Pero si algo ha quedado claro con su último texto es que desconoce -o no le interesa conocer- lo que significa formar parte de una afición que no mide su identidad por el número de títulos, sino por la lealtad a unos valores que no se cambian por pagar una cláusula de rescisión.