Se acabó la espera. Bueno, más bien se firmó. Joan García es desde ayer oficialmente jugador del FC Barcelona tras estampar su firma en un contrato que lo unirá al club azulgrana hasta 2031. El culebrón de su salida del Espanyol, ese que ha acaparado titulares durante semanas y ha removido las entrañas del espanyolismo, encuentra así su primer respiro. No su final. Porque este, más que un punto final, es un punto y seguido. Y los capítulos que vienen -ya los conocemos- no van a ser suaves.

Hace menos de un mes, Joan besaba el escudo del Espanyol tras asegurar la permanencia del equipo ante la UD Las Palmas. Poco después, lo vimos en las oficinas del Barça, sonriente, mostrando su nueva camiseta verde, sin dorsal para no herir susceptibilidades con un Ter Stegen al que siguen presionando para que marche, pero con contrato firmado, diciendo aquello de: “Estoy muy contento, tenía muchísimas ganas de que llegara este día”. Y con Laporta al lado, claro, porque si hay algo que no faltó en este fichaje fue la foto simbólica. La que escuece. La que deja marca.
El fichaje se consumó sin entablar negociaciones, algo a lo que el Espanyol se negó desde el minuto 1. El Barça pagó la cláusula de rescisión -25 millones más el IPC, un total de 26,34 millones de euros- y listo. Y Joan, ese que tras disputar su último partido con el Espanyol jugaba y perjuraba a su técnico y a sus compañeros y amigos de vestuario que se iba a la Premier, pasaba a ser uno más de “los otros”.
La herida que no se cierra tan fácil
A nadie se le escapa que, en lo emocional, el impacto ha sido brutal. Por cómo se fue, por cómo lo ha gestionado, y por lo que representaba. Joan era más que un portero para muchos pericos. Era el chico de la casa, el que besaba el escudo, el que parecía diferente. Pero a la hora de la verdad, su salto ha sido al eterno rival. Y aunque desde el Espanyol no se le desea mal en lo personal, en lo deportivo sí se desea, con total naturalidad, que no le vaya bien. A él y a su nuevo club.

Porque duele. Duele verlo hablar del Barça como si siempre hubiera estado ahí. Duele oírle decir que le ilusiona el nuevo Camp Nou, que quiere “ganar muchos títulos” y que el proyecto le parece “muy bonito”. Duele que todo esto ocurra mientras aún están calientes los recuerdos de sus paradas en la portería de Cornellà. De su papel clave en la salvación. De lo que pudo ser y no fue.
Lo que viene: una vuelta que promete
El capítulo de la firma ya está cerrado, pero lo más intenso está por llegar. Su debut con el Barça será noticia. Su próxima convocatoria con la selección -si Luis de la Fuente, cuya gestión ha sido más que cuestionable en este asunto, lo llama como profetizo el club azulgrana en su comunicado- también. Y por supuesto, el día del sorteo de LaLiga, cuando sepamos cuándo volverá a pisar el RCDE Stadium, será el día en que el termómetro emocional se dispare.

Y como si no hubiera habido ya suficiente ruido, ayer a última hora LaLiga decidió añadir un capítulo extra al culebrón: en la web oficial del campeonato, Joan García apareció durante un rato inscrito como jugador de la primera plantilla del Barça. Un error, según explicaron, ya que el mercado todavía no está abierto oficialmente hasta el 1 de julio. Pero en plena resaca emocional, ver su nombre en azulgrana, aunque fuera por accidente, fue como una bofetada más para el aficionado perico.
Nadie olvida. Y en este caso, es difícil perdonar. Porque Joan García no se ha ido por la puerta de atrás, se ha ido por la puerta que más ruido hacía. Con el escudo del Barça en el pecho y con palabras que, para muchos, son imposibles de digerir. Como ese “tengo muchas ganas de estrenarlo”, en referencia al nuevo estadio culé. O ese “seguro que veremos muchas victorias”, que ya ha quedado grabado en la memoria de la afición blanquiazul.
El segundo traspaso más alto… y el más doloroso
En lo económico, el Espanyol saca tajada. Es la segunda venta más alta de la historia del club, solo superada por la de Borja Iglesias al Betis. Pero ese dato, en medio del dolor, sirve de poco consuelo. Porque lo que se ha roto aquí va más allá del balance de cuentas. Se ha roto un vínculo emocional, una ilusión que parecía genuina, y que en cuestión de semanas se transformó en una traición para buena parte del espanyolismo.

Ahora, toca cerrar filas, lamerse las heridas y seguir adelante. Porque Joan ya no está. Y lo que queda es reconstruir un proyecto que ha perdido a su figura más mediática. Pero también, si se quiere ver así, una oportunidad de limpiar el vestuario de protagonismos que, al final, quizá no eran tan sinceros como parecían.
Joan García es ya historia del Espanyol. Una historia con luces y sombras, pero que ya ha tomado otro rumbo. Y como todas las historias con traiciones, lo peor no es el final. Es el momento en que vuelves a cruzarte con quien creías de los tuyos. Ese capítulo, aún sin fecha, será el que realmente ponga a prueba lo que queda de respeto. Y de memoria.
