El Espanyol ha encontrado en 2025 un resquicio de esperanza en una temporada que hasta ahora ha estado marcada por la incertidumbre y la falta de un proyecto sólido: ahora mismo, el conjunto perico parece estar más cerca de seguir un año más en Primera división que de descender a Segunda tras un balance desde que se inició el año de tres victorias, tres empates y únicamente una derrota. Aunque Manolo González, prudente, avisó que tras el triunfo en Mendizorroza que “no estaremos tranquilos hasta que el equipo se salve matemáticamente”, la verdad es que la esperanza ha pasado a presidir el ánimo de todo el entorno perico, deseoso de buenas noticias a las que asirse.

Sin embargo, toda esa ilusión viene acompañada de una amarga paradoja: dos de los grandes protagonistas de esta resurrección, Joan García y Roberto Fernández, tienen los días contados en el club. Su papel en el equipo, y con ello no desvelamos ningún secreto, está siendo clave, pero la afición es consciente de que su futuro ya está escrito lejos de Cornellà.

En una plantilla con tantas carencias, Joan García ha sido un baluarte absoluto. Su rendimiento ha alcanzado un nivel tan sobresaliente, confirmando las buenas expectativas que generó el pasado año en LaLiga Hypermotion, que su marcha es a todas luces inevitable. En Vitoria, fue el sostén de un equipo que sufrió en defensa, convirtiéndose en un muro infranqueable; durante todo el curso, sus paradas han dado vida al Espanyol en innumerables ocasiones, y su influencia es tal que Manolo González no pudo evitar lanzar un dardo hacia aquellos que no confiaron en él antes. Pero por más que la grada lo idolatre, la realidad es cruda: Joan saldrá antes del 30 de junio. Su venta es la elegida para alcanzar los 15 millones de euros presupuestados como gran traspaso y, junto con la ampliación de capital exigida por LaLiga, permitirá desbloquear la regla 1:1. Es decir, su adiós es la única vía para poder reconstruir una plantilla de la que la mitad de los jugadores se desvincularán en verano.

Otro de los nombres propios es el de Roberto Fernández. El delantero andaluz ha demostrado un compromiso y una capacidad de adaptación encomiables en un contexto futbolístico para nada fácil para un punta como él. Recibe pocos balones en condiciones, pero lejos de quejarse o mostrar síntomas de malestar o queja se deja la piel fabricando jugadas, descargando el juego y permitiendo que el equipo encuentre espacios. Su entrega física es innegociable y su evolución ha sorprendido muy gratamente. Su fichaje en el mercado de invierno ha todo sido un acierto, pero también lleva implícita una despedida. Roberto pertenece al Braga, y su cesión no incluye una opción de compra obligatoria. Los 10 millones de euros que costaría su fichaje son, a día de hoy, inasumibles para el Espanyol. Él, encantado con el club y con una ciudad que ya conocía por su pasado en el filial del Barça, ha bromeado incluso con la posibilidad de que la afición organice un crowdfunding para retenerlo. Pero la realidad es que su rendimiento no ha pasado desapercibido y si sigue en esta línea, no le faltarán pretendientes en verano. Garagarza, por su parte, intentará prorrogar su cesión, y aunque sin duda contará con la complicidad del futbolista no hay garantías de éxito.
Y mientras tanto, la afición perica solo puede hacer una cosa: disfrutar de ellos mientras pueda. En otros tiempos, con otras circunstancias, con otro Espanyol, habría habido al menos opciones reales de pelear por su continuidad. Pero en el actual escenario, con un Chen Yansheng más preocupado por asuntos que nada tienen que ver con el proyecto deportivo, la ambición y el crecimiento han pasado a ser cuestiones secundarias. Es el sino de un Espanyol que, incluso en sus escasos momentos de alegría como el que ha provocado el triunfo ante el Alavés y ver como el equipo se despega respecto a la zona de peligro, parece condenado a vivir en la incertidumbre.
