El fútbol, por mucho que algunos se esfuercen en negarlo, también es un espejo de la sociedad. Y los futbolistas, más allá de su papel sobre el césped, son ciudadanos con voz propia. Eso es lo que ha demostrado Omar El Hilali, lateral del RCD Espanyol, al abordar con valentía y sin medias tintas temas tan sensibles como la inmigración y el racismo. Sus declaraciones en una entrevista concedida a betevé han generado un intenso debate, especialmente en un momento en el que el país aún digiere los recientes disturbios en Torre Pacheco. Pero también han puesto sobre la mesa una cuestión clave: ¿puede un futbolista expresarse libremente sin ser automáticamente criminalizado por ello?
El Hilali, que nació en L’Hospitalet de Llobregat en el seno de una familia trabajadora marroquí, habló desde la vivencia personal. “La mayoría de gente extranjera, ya sea de Marruecos o de Rumanía, de donde sea, viene a trabajar”, afirmó. Un mensaje que pone en valor la contribución de miles de personas migrantes a la sociedad española. Pero su intervención no se quedó ahí. Fue más allá, y denunció también que existe una minoría que “no viene a buscarse el pan de cada día” y que, a su juicio, “mancha la imagen de los que sí que vienen a trabajar. Como, por ejemplo, han venido mis padres”.
Lo que ha encendido la polémica es su frase más rotunda: “Aquellas personas que no vienen a trabajar hay que devolverlos al país del que vengan”. Una afirmación que ha sido utilizada por el conocido activista de izquierdas Fonsi Loaiza para acusarle de “comprar el discurso de la extrema derecha”, pese a que Omar, precisamente, ha sido víctima del racismo estructural que denuncia.
Omar El Hilali del Espanyol compra el discurso de la extrema derecha, cuando su propio padre trabajó de temporero explotado sin papeles y serían considerado delincuente para ultraderechistas. Si la gente te mira mal cuando no sabe que eres futbolista es culpa de los racistas. pic.twitter.com/lV6PNwmCDK
— Fonsi Loaiza (@FonsiLoaiza) July 21, 2025
“A mí, la gente que no sabe que soy futbolista me miran como si hubiera cometido 40 delitos”, llegó a decir el propio jugador en esa misma entrevista. Lo ilustró con una experiencia dolorosa vivida por su madre: “Estaba en una tienda con mi sobrino y la acusaron de haber robado. Cuando llegué yo y vieron que era mi madre, la cosa cambió y le pidieron perdón”.
Frente a quienes han intentado etiquetarlo o reducir su discurso a una consigna política, conviene recordar que El Hilali no ha hablado desde la ideología, sino desde una realidad que conoce de primera mano. Desde el barrio, desde su casa, desde su familia. Sus palabras, guste más o menos el tono empleado, parten de una reflexión legítima sobre un fenómeno complejo y sobre cómo determinadas conductas individuales pueden alimentar prejuicios colectivos injustos.
Resulta llamativo que en un país que presume de pluralidad y libertad de expresión, se cuestione de forma tan agresiva el derecho de un joven nacido en España, hijo de inmigrantes, a manifestar su punto de vista sobre la integración, el trabajo y la convivencia. Porque eso es lo que ha hecho El Hilali: opinar. Ni más, ni menos.
Su discurso no niega el racismo -lo ha sufrido-, ni ataca a los migrantes -al contrario, los defiende-. Lo que hace es señalar un problema que él considera que contribuye a perpetuar el rechazo: la delincuencia asociada a una minoría. ¿Es una posición incómoda? Sí. ¿Necesita matices? Probablemente. Pero eso no anula la legitimidad de quien la expresa, y menos cuando lo hace desde la propia experiencia. Omar El Hilali no ha dejado de ser el joven futbolista que alzó la voz cuando sufrió insultos racistas en Cartagena. Hoy simplemente vuelve a hablar, con la misma honestidad, sobre un tema que afecta a miles de personas como él. Silenciarlo, estigmatizarlo o descalificarlo solo por no encajar en ciertos marcos ideológicos es, precisamente, lo contrario a lo que deberíamos exigir en democracia.