A Óscar Melendo lo hemos querido mucho y mal. Confundimos el amor con la sobreprotección, como le ocurre a muchos padres. Somos culpables de haberlo bloqueado en el espacio-tiempo del año de su debut, el 2016. Desde entonces le exigimos demasiado poco. Nos basta con un pase diferente, con un control de superclase o con dos quiebros de torero para darle el aprobado a su partido. Qué importa si hemos perdido, qué importa que Melendo haya estado desaparecido la mayor parte del tiempo, mostrando cierta apatía que en otro jugador nos habría parecido imperdonable. Incluso parece exculpado del desastre de la temporada pasada, de tal magnitud que acabó con el descenso del Espanyol. Como si no fuera jugador del primer equipo, como si el tiempo no hubiera pasado y siguiera siendo el canterano sin responsabilidades que debutó hace ya cuatro años y que tanto prometía.
Siento decirlo, pero la imagen que tenemos de Melendo es una alucinación colectiva del periquismo. El menudo mediocentro, siendo solo un año menor que Marc Roca (¡sorpresa!), nunca ha sido una pieza fundamental para el Espanyol, ni ha destacado en las categorías inferiores de la selección, ni ha recibido ofertas mareantes de grandes equipos de Europa. Sin embargo, tenemos tan desvirtuada la realidad que encontrarías muchos más socios que ante el dilema de vender a Roca o a Melendo, facturarían al primero sin dudarlo.
Algunos leerán estas líneas arrugando el ceño y su primer impulso será atacarme. También cargan contra el profesor algunos padres cuando reciben las malas notas de sus hijos. Pero este profe, como ocurre habitualmente, no tiene manía a nadie. Ya que estamos les confesaré que prefiero las camisetas a la antigua y que solo tengo dos del Espanyol con nombre y dorsal: una de Tamudo y la otra, la del año pasado, de Melendo.
El chico es un icono por ser el primero que ha pasado por todas las categorías del Espanyol, semper fidelis. Es un error conformarse con eso y con sus detalles estéticos en vez de exigirle que sea, en cada partido, el jugador determinante que puede llegar a ser. Es infravalorar el recorrido futbolístico al que puede aspirar. Un diamante por pulir rebajado a la categoría de un mineral corriente. Y para pulirse y brillar en todo su esplendor Melendo necesita sentir la presión y cargarse de autoexigencia, como le ha ocurrido a la mayoría de deportistas de élite.
Quiero verle intentarlo una y otra vez como hace Embarba y que se cabree como el que más cuando abandona el campo tras ser sustituido. Si han visto el documental ‘The Last Dance’ lo entenderán: salvando las enormes distancias, Melendo es Pippen antes de que la mosca cojonera de Jordan apareciese en su vida. Y yo aquí hago de Jordan, para que muchos otros me tomen el testigo. Porque yo sí creo en un Melendo mucho más grande.
Me molesta sobremanera la gente que da su opinión en primera persona del plural. Especialmente en este medio, del cual me siento parte (al ser aficionado del Espanyol) pero no comparto opinión con prácticamente nadie. Y no por ello voy hablando en plural como si mi opinión por si sola no tuviera validez. La opinión de cada uno es propiedad de su dueño y tiene valor solo para su dueño y aquel quien quiera dárselo, y su valor no depende de la cantidad de gente que secunde dicha opinión.