2717 fueron los pases de menos que dio el Espanyol en Liga la última temporada en comparación a los que dio con Rubi. 71,5 menos por partido. La estadística avanzada es como el algodón. En su día, socios de grada renegaban del juego propositivo por antinatural en el Espanyol, ya que siempre nos fue mejor jugando a la contra. Seguramente porque nos identificamos más con un juego reactivo. Ya saben cómo somos y a quién nos enfrentamos. No es el tema. Sí una de las razones que explican la caída del equipo desde Gallego: la ruptura total con el sistema de Rubi.
El entrenador-bandera del contragolpe en el fútbol español fue Aragonés. Y fue él, en una de esas paradojas que dan y quitan razones a partes iguales, quien tuvo el acierto de variar la naturaleza de su idea y adaptarla a la materia prima de la Selección. Algo así hizo Rubi cuando cogió al equipo después del ciclo de QSF. No pasamos a ser el Barça de Guardiola, pero entre el arrebato darderista y a fuerza de juntar más y mejores pases, el equipo gobernó más partidos para no vivir tanto en el alambre. Las claves: la salida de balón de Hermoso, la asociación de Roca y Darder jugando en menos metros y ocultando sus carencias en campo abierto, los espacios generados para las irrupciones por fuera de Pedrosa y Rosales y la explotación de la mayor virtud de Iglesias, su desmarque. Aunque su físico invite a pensar otra cosa, el gallego es mucho más letal cuando ve el fútbol de cara que perdiéndose en disputas donde suele terminar fuera del partido.
Yendo a los números: De un año a otro, pasa de 44 a 25 goles. No es que fuéramos antes el Barça de Guardiola. Ni siquiera Rubi terminó entregado a la posesión. Matizó su idea tras la grave crisis de resultados y el equipo acabó por debajo del 50% de posesión. En los goles esperados (estadística que mide las ocasiones claras de gol generadas por un equipo) pasamos de ser el 7º con 48,8 totales al último, con 33,1. El año pasado se optó por un juego de áreas. Cargar el área rival con un juego directo y defender más cerca del portero el área propia. Centrales achicando agua atrás y las segundas jugadas que generase el empeño de Calleri delante. Simplificando la idea, el equipo debía empezar a recobrar confianza y puntos. Eso y la testiculina, el recurso fácil de los equipos que no tienen mucho más. Pero no salió. El Espanyol solo fue el 12º mejor equipo en duelos aéreos ganados, un dato pobre como para hacer de ello tu sello.
La ruptura de la herencia Rubi mermó el potencial del equipo. Le obligó a variar el rumbo, le llenó de dudas, redujo el impacto de su mejor línea, la medular, y lo confió todo a las áreas con jugadores vulgares ahí. Si el trabajo de un entrenador es exprimir sus recursos, el de un director deportivo es escoger a un entrenador acorde a ellos. Rufete no reaccionó y solo el hecho de tener a su jefe tan lejos le concederá una segunda oportunidad que en circunstancias normales nunca se hubiera dado.