M e encantaba pasar las sobremesas del mes de junio contemplando los empinados repechos y las pugnas entre los Induraín, Bugno y cía. El dopaje lo envenenó todo y el ciclismo perdió todo su atractivo para el gran público. La credibilidad quedó muy tocada con las continuas apariciones de dopaje de unos y otros. En el fútbol esto no pasará. Ha podido haber dopaje. No lo descarto. Pero debería ser un dopaje sistemático de toda la plantilla que, ni aun así, te certificaría el éxito.
Sin embargo, la RFEF está muy preocupada por la puja de las apuestas en las últimas jornadas de Liga. La credibilidad de futbolistas y dirigentes está quedando en entredicho. Además, lo aparecido en los medios es solamente una puntita del iceberg. No obstante, ¿las primas por ganar deberían estar permitidas? Los más puristas justificarán el no en base a que no todos los clubes disponen del mismo potencial económico para primar a terceros. Lo entiendo. Pero, sinceramente, ¿un jugador que recibe una prima de seis mil euros va a jugar mejor que uno que reciba mil?
Hace poco escuché un debate en la radio sobre lo injusto del play-off de ascenso a primera, para el tercer clasificado –caso del Girona este año-. Y lo es. Pero diría que es un mal menor, teniendo en cuenta que, en este sistema, habrá más equipos jugándose cosas hasta el final y, por lo tanto, no se desvirtuará tanto la competición –algo que estaba ocurriendo con demasiada frecuencia antaño y que generaba muchas suspicacias-. Es decir, las primas solo entran en juego cuando los equipos, deportivamente, no se juegan nada.
En primera división, debido a la escasez de fechas, parece imposible hacer un sistema para dotar de motivaciones deportivas a todos los equipos hasta la última jornada. Entonces, no vería mal dotarles de motivaciones económicas como mal menor. Al fin y al cabo, un equipo cuando cumple sus objetivos deportivos antes de tiempo, y por mucho profesionalismo al que se agarre, baja su ritmo competitivo inconscientemente.
Por otra parte, hay otros tipos de pactos: por ejemplo, ¿quién puede quejarse de dos equipos que les vale empatar para conseguir sus objetivos y acuerden no agredirse en el campo? Lo veo algo lógico. Lo que es inadmisible es dejarse perder o empatar. En este tipo de escenarios, nunca entran todos los jugadores de un equipo en este juego –siempre habrá gente honesta que se negará a tal propósito- pero sí que habrá teclas que ciertos pianistas sabrán tocar para hacer sonar su música.
La pasada semana me referí al contexto en el que tiene lugar el ‘ser perico’, un contexto que tiene por objetivo último profundizar en la hegemonía, hasta el límite imposible de la unanimidad, de unos intereses que no son los nuestros. Un contexto que nos considera una anomalía y que no acaba de comprender nuestra existencia ni nuestra resistencia, lo que le hace reaccionar con prepotencia y, a menudo, como constataron muchos espanyolistas como mi amigo Isma, insultados por sus vecinos la noche de la final de Champions, con evidente hostilidad.
Como es lógico, en semejante contexto nuestro ser no puede evitar ser reactivo y dedicar una parte importante de su energía a combatir por su dignidad. En realidad construirse contra algo o alguien es de lo más usual en las agrupaciones humanas, comenzando por cualquier estructura territorial. De hecho en el ámbito del fútbol tenemos un ejemplo palmario en el Barcelona y el Madrid que se construyen el uno contra el otro y les va de maravilla, no sólo a ellos sino a todo un conglomerado mediático-institucional que vive de ello. Pero para que ese construirse contra alguien sea asumible tiene que haber un cierto equilibrio en las fuerzas pues de lo contrario la parte más débil se lleva todos los golpes lo que acaba por conducirla a la rabia y la frustración, dos caras de una misma moneda: la impotencia. Creo que ahí radica una de las mayores contradicciones de la existencia de nuestro ser: estamos obligados a combatir frente a la hostilidad del contexto pero ese es un combate que nunca podremos ganar…
Observe el lector que no me refiero aquí a la confrontación deportiva con nuestro club rival, que por cierto sería como un combate entre un púgil de 50 kilos y uno de 500, sino a la que el ‘ser espanyolista’ mantiene contra el sistema creado en torno a ese púgil gigantesco y que impregna todos los ámbitos de la sociedad. Para ilustrar lo que digo valga un ejemplo: hace unos años La Curva preparó el derbi con diversas acciones bajo el lema This is Cornellà. Nada fuera de lo común, lo propio de un grupo de animación que vive con intensidad su pasión. Como era de esperar el desenlace del encuentro fue favorable al púgil de 500 kilos y al día siguiente uno de los periódicos de información general de mayor tirada de Barcelona, que hace gala de su pluralidad, tituló en portada, con grandes caracteres: This is Barça, en clara referencia a la campaña de La Curva. No puedo afirmarlo pero tiendo a pensar que el hecho de que un periódico no deportivo publique una portada contra un grupo de aficionados de un equipo de su propia ciudad debe ser algo inédito en la historia del periodismo e ilustra con toda claridad la relación de nuestro ser con el contexto.
En fin, el espacio de esta columna se acaba queridos lectores y, como manifesté en el artículo anterior, no está en mi ánimo exponer verdades absolutas sino expresar reflexiones que muevan a otras reflexiones a ver si entre todos encontramos otro modo de relacionarnos con ese contexto para, sin eludir el inevitable conflicto, poder dedicar más energía a hacer más grande nuestro ser. 2