A rranca otro periodo de especulaciones, rumores, nombres que van y vienen, intercambios de cromos y todos jugando a directores deportivos –más tarde ya jugaremos a ser entrenadores-. Existe una paradoja muy curiosa en la que suele incurrir todo aficionado al fútbol: tratar a los jugadores como mercancía de intercambio para luego quejarse de que los jugadores se comportan como mercenarios. Y por supuesto que lo somos. ¿Quién no se comporta como un mercenario en esta vida? ¿Quién no ha cambiado un trabajo por otro donde le pagan más? No me sirve la excusa de “es que los jugadores ya ganan mucho dinero…”. Cuanto más tienes más necesidades te sueles crear. No es un hecho exclusivo de la raza futbolística, la condición humana es insaciable por naturaleza.
Sin embargo, como en otras facetas de la vida, existen intangibles difíciles de cuantificar y que acaban nivelando la balanza. Imponderables que no se miden mediante el valor dinero. Normalmente, a la hora de tomar una decisión deportiva que conlleve un cambio, tendemos a poner en una balanza aspectos positivos y negativos que ésta nos puede generar. Aparte del obvio valor monetario tan importante en las tomas de decisiones, ¿qué otros factores pueden hacer desnivelar la balanza? Por ejemplo, el entrenador que habrá en el equipo, si confía en mí o si me puede ayudar en mi progresión. La ciudad y tipología de club o aficionado también será importante: hay jugadores que preferirán vivir en una ciudad grande y otros en ciudades pequeñas donde haya poca presión de la gente que te permita conciliar una vida familiar más tranquila.
El estar a gusto en una ciudad, querido y respetado por la afición, con la confianza del club, son valores que el jugador tiene muy en cuenta y que, la mayoría de veces, acostumbra a prevaler sobre ofertas económicas más jugosas. A pesar de todo, el jugador suele ser muy consciente de que la carrera deportiva es corta y, por el contrario, la vida muy larga. Nadie se acordará de uno más allá de su vida deportiva y, quizás, la dedicación a este deporte no te haya permitido formarte cuando llegué la hora de la retirada. Así pues, cada caso será único y exclusivo de cada jugador. Solo ellos sabrán su situación familiar, la capacidad de generar recursos futuros, si las inversiones han salido bien, si priorizan el presente al futuro o cuáles son su escala de prioridades a la hora de afrontar la vida. Pero, sobre todo, que no olviden que todo acostumbra a ser efímero.2
Aveces lo obvio pasa desapercibido, digo esto porque a menudo olvidamos que el fútbol es esencialmente un juego, que nuestro club nació porque unos jóvenes universitarios querían practicar un deporte que les llamaba la atención y al hacerlo se puso de manifiesto que otras personas se sentían atraídas por lo que hacían y así creció el interés por verlos jugar, de ese modo aparecieron los aficionados que pronto se organizaron en torno a unos colores generando un sentimiento de pertenencia al grupo. Incluso resultó que la gente estaba dispuesta a pagar por ello, lo que inmediatamente trajo consigo que los jugadores cobraran por lo que hasta entonces había sido un pasatiempo, de manera que se hizo necesario generar una estructura que pudiera gestionar todo aquello, así hasta llegar al modelo de club actual con sus complejos organigramas y sus múltiples áreas…
El fútbol es un fenómeno de difícil comprensión. La fascinación que provoca en millones de personas en cualquier lugar del mundo ha dado lugar a muchos análisis y no es este el lugar de redundar en ellos pero si quiero hacer una reflexión al respecto: esa capacidad de atraer a las masas lo convierte, de manera inevitable, en caja de resonancia para intereses que no tienen que ver con él y atribuye a los clubes una representatividad que está fuera de su ámbito de actividad. Lo habitual es que esta tenga un carácter territorial, sobre todo en ciudades en las que hay un sólo club de referencia y se asume con tanta naturalidad que ni siquiera nos paramos a pensar en ello. Cuando hay más de un equipo las cosas ya son diferentes, llegando incluso a representar intereses de carácter étnico y religioso como sucede en Escocia, aunque lo habitual es que haya diferencias más sutiles: unos son más populares, otros más elitistas, unos más de izquierdas, otros más de derechas; aunque en realidad entre sus seguidores suele haber de todo… la cuestión es que parece inevitable que el fútbol se trascienda a si mismo y los clubes estén condenados a representar algo más que a sí mismos… y eso, que sin duda contribuye a potenciar la dimensión del fútbol, para nosotros constituye un grave problema porque nunca hemos sido capaces de definir cuál es esa representatividad que, queramos o no, vamos a tener, sino que la hemos dejado en manos de otros y del devenir de los acontecimientos, seguramente porque tenemos conciencia de que afrontar esa cuestión no haría más que ahondar nuestros propios conflictos internos que, en esencia, tienen que ver con nuestro nombre y sus implicaciones políticas…
Soy consciente de que transito ahora por terrenos peligrosos. Las sensibilidades al respecto de nuestro club y la política están a flor de piel y son el talón de Aquiles de nuestra cohesión interna. Soy consciente también de que podemos seguir adelante sin afrontar esta cuestión como lo hemos hecho hasta ahora e incluso puedo llegar a pensar que tal vez sea la mejor opción. Pero no puedo dejar de preguntarme hasta dónde podríamos llegar si resolviéramos ese tema, si fuéramos capaces de estar juntos, de mirar a lo obvio, a aquel grupo de universitarios que se juntaron para jugar al fútbol y encontrar ahí esa representatividad que nos hace falta.2