Conocemos ya en qué medida los capitanes de la temporada pasada fueron generosamente finiquitados. Se entiende, claro, como su último servicio a la entidad. A cambio de la paz social, terminaron poniendo tierra de por medio entre nuestro rencor y su memoria, resignándose a salir retratados en su última foto en el club con cara de chivo expiatorio. Eso nos ayudó a pasar el trago del vergonzante curso pasado sin arrastrar la sensación de que nadie cortó cabeza alguna, aunque fuera de turco. Los otros dos pesos pesados del vestuario accedieron a retrasar el cobro íntegro de sus salarios a cambio, en parte, de liberar de sus hombros la pesada espada de Damocles con la que les hubiéramos obsequiado cada vez que hubieran venido mal dadas. Mirando más arriba, vimos cómo Rufete cambiaba el chándal y la gorra por la ropa y la sombra del despacho. Afortunadamente para él, porque el mercado nacional, su especialidad, no se va a controlar solo. Además, por qué no decirlo, a falta de enemigos deportivos reales en la categoría, se pongan ustedes como se pongan, estábamos huérfanos de villanos en el horizonte con los que echarle algo de sal a nuestro cuento, falto de cualquier épica entre desplazamientos con poco lustre, ruedas de prensa anodinas o partidos intersemanales a la hora de merendar.
Necesitábamos un malo urgentemente. Lo necesitábamos para huir, aunque sea un rato, del perfil bajo de VM, el modo avión con el que se supone que vamos a terminar subiendo anestesiados, a fuerza de echarle agua al vino, a base de ir pasando hojas en el calendario. Como el autómata que, sin saber muy bien cómo, ha aprendido a dormir en el metro justo los minutos que dura su desplazamiento hasta el trabajo. Es así, en parte, porque el de Massanassa es un hombre austero en las formas y en el fondo, nada amigo de saltarse un renglón en su hoja de ruta pastoral. Pero también porque no necesita compensar ningún déficit de calidad en su plantilla bajándose al barro y subiendo los decibelios. Pocas cosas unen más que un enemigo común. Por eso, confieso que, a veces, zapeo con la esperanza de que esté Luis García Plaza señalándonos con el dedo para recordarnos que sí, que nuestra Liga es otra. En un fútbol lleno de especialistas en los que los entrenadores pueden delegar funciones de todo tipo, las intervenciones en las ruedas de prensa adquieren otro cariz. Luis García está asumiendo el rol de antihéroe que en su día adoptaron otros. Es a VM lo que Mourinho a Pep. Lo que los Rolling a los Beatles. Lo que tu cuñado a tu mujer. El grano en el culo con el que desperezarse de la siesta en el sofá, la bofetada de realidad con la que cerrar filas, fruncir el ceño y repetirnos entre dientes las ganas que tenemos de demostrarle al mundo que, aunque estemos solos, el cuento tendrá final feliz.
Si q es un cuñao, es veritat