Me gustaría ser positivo, si bien reconozco que no resulta nada sencillo después del nefasto partido de anoche. Pero esta Copa del Rey ha devuelto la ilusión a una afición que llevaba una serie de temporadas aletargada ante la inoperancia del equipo. La comunión entre jugadores y seguidores ha renacido. La semana ha sido maravillosa hasta el inicio del encuentro. Casi 35 mil aficionados, la gran motada, los tifos, el mosaico, la llegada del autobús al estadio, la pasión por la gran noche… Todo estaba perfectamente preparado y estudiado. Pero falló el fútbol. La que estaba destinada a ser la gran noche de la ilusión acabó convirtiéndose en una espesa tiniebla de bloqueo, nervios y falta de tensión. Una cosa tengo clara, la eliminatoria se perdió en Bilbao. En la ida, no se supo noquear a un Athletic contra las cuerdas y ahora es momento de lamentarnos de aquel travesaño de Sergio, del palo de Víctor o de la ocasión errada por Felipe Caicedo. Valverde y sus muchachos salieron vivos de su imponente estadio y anoche aprovecharon la empanada y el nulo oficio perico para sentenciar el encuentro y plantarse en la final. Desde el primer balón evidenciamos falta de conexión. El equipo volvió a las andadas de Getafe o del partido ante el Córdoba. La defensa dudaba. El medio campo era rojiblanco y el balón, los rechaces y las segundas jugadas eran siempre de propiedad vasca. En definitiva, un profundo cortocircuito y resultado final justo para el cuadro del gran Ernesto Valverde, a quien aprovecho para felicitar y desearle todos los éxitos que merece.
Tras la decepción copera, necesito aparcar el fútbol para recordar la figura de un ser maravilloso que se nos fue el pasado domingo, camino del firmamento blanquiazul. Se trata de mi admirado Francisco González Ledesma. Con Paco compartí maravillosos años de trabajo y amistad en Radio Popular de Barcelona, bajo la batuta del querido maestro Fernando Rodríguez Madero. Eran los primeros tiempos de mi carrera periodística, que no pude iniciar con mejor compañía. Ambos me aconsejaron, guiaron e impartieron lecciones de profesionalidad y, por encima de todo, de vida y de calle. Paco era la bondad personificada. Afectuoso y cordial, con aquel tono de voz sosegado y envolvente , que te transportaba de manera inmediata a su terreno. De impecable educación y sublime cultura, era un excelente conversador y un magnífico comunicador. La palabra y la pluma eran su fuerte. Recuerdo, con especial nostalgia, nuestras interminables tertulias dedicadas al RCD Espanyol, una de las grandes pasiones de su vida. Jamás escondió su inquebrantable fe blanquiazul. Le encantaba alardear de su militancia perica, la del socio número 150. Me hubiera reconfortado mucho más brindarle estas líneas al amparo de un Espanyol finalista. Aunque eso, sin duda, sea lo de menos. Por encima del fútbol y de otras pasiones, permanecerá la huella, el recuerdo y el talento de la buena gente. Y Paco era el líder de esa clasificación humana. Gracias por tanto. Tus consejos jamás caerán en el olvido, como tampoco tu persona ni tus grandes obras. Se ha ido un gran perico. Para mí, además, un maestro, un Señor de Barcelona. Un fuerte abrazo a toda la familia, de forma especial, a Gloria. Y a Enric, compañero de profesión y fiel heredero de la excelsa pluma de su padre.